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LOS MILAGROS EN LOS EVANGELIOS nes poderosas), semeia (signos), o simplemente erga tou Christou (obras de Cristo). En el libro de los Hechos de los Apóstoles, junto a semeion se utiliza la palabra teras (prodigio) como expresión técnica para expresar los milagros de Jesús y de los apóstoles. Una expresión con dependencia probable de los LXX. Por supuesto que todo eso era admirable, y suscitaba admira­ ción, pero el interés evangélico no reside en subrayar la maravillo- sidad del hecho cuanto la significatividad del mismo. Sin ésta, “los signos y prodigios” carecen de relevancia (Me 8,12), e incluso pue­ den resultar desorientadores (Me 13,22). De aquí podemos concluir que los evangelistas, al calificar así las obras de Jesús, están reclamando y ofreciendo una visión de las mismas mucho más profunda. Los milagros no son espectáculo, sino revelación. V. ¿HIZO JESÚS MILAGROS? Así, de entrada, la pregunta puede resultar provocadora. Espero que nadie se sienta molesto ni confundido, pues la pregunta no está orientada a negar sino a afirmar, clarificando y purificando, no sólo los milagros de Jesús, sino el milagro de Jesús. Al abordar el tema, el interés no recae tanto en los milagros como actos aislados, sino en Jesús y su evangelio, marco en el que reciben inteligibilidad los milagros. Las posturas al respecto han oscilado pendularmente: desde la afirmación más absoluta, basados en un literalismo acrítico (tantos y como aparecen en los Evangelios), a la impugnación total, funda­ dos en aprioris racionalistas, que los consideraban incompatibles no sólo con una cosmovisión cerrada a lo sobrenatural, sino también con la idea de un Dios intervencionista, que le relegaría a la contra­ dicción e improvisación respecto de su obra creadora. Lo primero que se demanda para responder a la pregunta es la necesidad de superar precomprensiones ideológicas “cerradas”, de NAT. GRACIA LX 1/enero-abril, 2013, 119-146, ISSN: 0470-3790 125

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