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DOMINGO MONTERO III. VISIÓN BÍBLICA DEL MILAGRO La Biblia, tanto en el AT como en el NT, contempla al mundo como creación de Dios y, por tanto, como una realidad abierta a Dios, a sus intervenciones, que nunca son consideradas intromisio­ nes, sino revelaciones de su poder, bondad, sabiduría, justicia... Esta actuación de Dios, en ocasiones, reviste una particular solemnidad e intensidad; pero en la Sagrada Escritura no recae el acento en la “ruptura” de las leyes naturales, sino en la “significati- vidad” de esa intervención, y eso es lo que la hace particularmente elocuente. Pues no todo lo maravilloso viene de Dios ni remite a Dios (Cf. Dt 13,2-7; Me 13,22). Esa actuación de Dios nunca pretende eliminar la libertad del hombre, sino iluminarla; nunca pretende deslumbrar, sino alumbrar. De hecho, los signos (ót), los prodigios (mópet), las maravillas (nipla'ót), las hazañas (gedulót), las obras poderosas (geburót) atribuidas a Dios en el AT pretenden subrayar no la arbitrariedad y el poder sino su providencia y fidelidad. Nunca aparecen como fines en sí mismas, ni pruebas o hechos apodípticos, por lo que, en muchas ocasiones, necesitan de la palabra que los interprete, y siempre, de la fe que los reconozca. Y algo parecido ocurre, como veremos, en el NT. IV. LOS MILAGROS EN LOS EVANGELIOS Son muchas las preguntas que suscita el acercamiento a la comprensión de los milagros de Jesús: ¿historia/mito?, ¿hecho his­ tórico/creaciones de la fe?, ¿verdad histórica/realidad literaria? ¿Hizo Jesús realmente milagros?, ¿cuántos?, ¿cuáles?, ¿por qué? A la base de todas estas preguntas subyace la cuestión de la posibilidad de un acceso al Jesús histórico desde el testimonio de los relatos evangélicos, pero no es ese el objeto de esta reflexión. Sólo anotar que hoy, en los estudios críticos sobre el valor his­ tórico de los evangelios, uno de los datos incuestionables es el reco- 122 NAT. GRACIA LX 1/enero-abril, 2013, 119-146, ISSN: 0470-3790

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