PS_NyG_2013v060n001p0119_0146

LOS MILAGROS EN LOS EVANGELIOS debe realizar los signos significativos del Reino que anuncia y al que sirve. Pero, ¿cómo? Recreando el estilo profètico de Jesús, que “asumió nuestrasflaquezas y cargó con nuestras enfermedades ” (Mt 8,17). Éste fue uno de los milagros más significativos, su acción sanante más radical: asumir el dolor humano para desdramatizarlo, desdemonizarlo, exorcizarlo y convertirlo en evangelio; acercándose al que sufre y, envolviéndole en el amor creador y reconfortante de Dios, llamarle y hacerle sentirse “bienaventurado”. Pues ignorar la enorme cantidad de sufrimiento y miseria psicológica que agobia a tantos de nuestros contemporáneos, sería una evangelización vacía de contenido o incluso, tal vez, un ejercicio de cinismo. Los mila­ gros de Jesús no fueron signos de omnipotencia (mucho menos de prepotencia), sino de amor, servicio, solidaridad y compasión. Son una visualización del corazón de su evangelio. Por otro lado, en la Iglesia hay que desactivar la excesiva demanda de milagros. La fe no se consolida con el milagro, sino con la asunción creyente de la vida, en la que inevitablemente hay cruz. El milagro no puede convertirse en signo privilegiado para calificar la calidad cristiana de una persona o de una obra, sólo el amor es su verdadero exponente. Por eso Pablo sitúa los milagros por debajo de la caridad (I Co 12,31b-l4,l). Que Dios quiera mos­ trar su benevolencia en situaciones especiales, pertenece a su miste­ rio y a su designio salvifico. No se trata de negar en la acción de la iglesia la posibilidad del milagro en sentido estricto, sino de recordar que lo peculiar del milagro no es la espectacularidad sino la significatividad. Hablando con propiedad, Jesús no nos dejó como mandato hacer prodigios ni ser prodigiosos, sino realizar signos, ser significativos. ¿Cómo significar al hombre y al mundo de hoy la salvación de Dios manifestada en Jesucristo? Es la misión de la Iglesia, y el origen de no pocas de sus tentaciones. Una relectura del relato de las ten­ taciones del desierto puede ayudar a la Iglesia en su discernimiento. El milagro nunca será una conquista, una posesión humana, sino un don gratuito de Dios que, por otra parte, no anula el NAT. GRACIA LX 1/enero-abril, 2013, 119-146, ISSN: 0470-3790 139

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz