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DOMINGO MONTERO confiada. También para la Iglesia los milagros son una llamada a aumentar la fe, abandonando la duda (Mt 14,31) o la poca fe (Mt 8 , 26 ). Pero hay aún otro aspecto a considerar dentro de este perfil eclesiológico de los milagros: forman parte de la misión de la Iglesia (Me 16, 17-18). VI. LOS MILAGROS EN LA VIDA DE LA IGLESIA Jesús para la Iglesia no es sólo misionero -enviado del Padre-, sino misión -tarea a continuar-. La Iglesia tiene asignada como misión una paradoja: hacer sentir la ausencia de Jesús, suscitando su hambre, y, al mismo tiempo hacer que no se note su ausencia, haciéndolo presente, recreándole para el hombre. La Iglesia no puede suplantar a Jesús, que es insustituible, pero ha de visibili- zarlo. El evangelio de Marcos se cierra, en su final canónico, con unos versículos llamativos: “Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas , tomarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien ” (Me 16,17-18). ¿Qué significa esto? No es un salvoconducto para la vida ni la garantía de una inmunidad ante los peligros. El texto no ha de entenderse en una literalidad acritica y mimètica. Esas palabras sig­ nifican que Cristo continúa presente en la comunidad -las señales se producirán “ en mi nombre”-, y que la tarea de la comunidad cristiana es hacer que no se note la ausencia de Jesús, porque la encarna ella, porque ya coma ya beba, todo lo hace en el nombre del Señor y a su estilo (cf. I Co 10,31). ¿Es esto así en la Iglesia de hoy? ¿Realiza hoy la Iglesia esos signos? Si la Iglesia se define como “sacramento de salvación”, “comu­ nidad de salvación” (Hch 2,47), anunciadora y anticipadora, germi­ nalmente, de la plenitud escatologica del reino de Dios, es claro que 138 NAT. GRACIA LX 1/enero-abril, 2013, 119-146, ISSN: 0470-3790

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