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FAUSTINO GARCÍA llevaban flores a esta tumba colectiva dando la impresión de una larga calle florida. De los estragos de esta explosión que devastó esta parte de la ciudad da cuenta la leyenda-crónica histórica de la “Torre de la Muía” de la Clerecía de “San Marcos”, la actual capilla de la Universidad Pontifica de Salamanca36. Después de la Guerra de la Independencia, tras la ley de Fer­ nando VII, que prohibía, por el lamentable estado de las finanzas del Estado, la restauración de los edificios gravemente dañados en la guerra; las ruinas de algunos de ellos, como fue el caso del Convento de San Francisco, el Real , que se usaron de cantera para el arreglo de otros edificios dañados de menor gravedad. A continuación, llegó la desamortización del ministro liberal Mendizábal, que sacó a subasta pública los bienes de las comunidades religiosas suprimidas, en 1836 y del clero secular, en 1837. Decretada la exclaustración, se formaron varias comisiones que hicieron inventario de los bienes y las obras de arte de los monasterios y conventos que se cerraron. En Sala­ manca, se formó una comisión, en 1836, que recogió 968 cuadros e imágenes. Sufrieron diversas mudanzas, pero cuando se llevaron de­ finitivamente al exconvento dominico de San Esteban, reconvertido en cuartel, en 1864, sólo quedaban 262. Habían desaparecido 706 cuadros e imágenes. Así pues, podemos lamentarnos por lo que hemos perdido o luchar por lo que nos queda por delante. 36 La Iglesia del “Espíritu Santo”, la conocida como Clerecía de San Marcos, actual capilla de la Universidad Pontificia, tiene dos torres. Una de ellas se llama “La Torre de la Muía”; con dos posibles explicaciones a dicho nombre: Unos autores dicen que se debe a la broma que los obreros que la construían le hicieron a un médico de origen judío, quien dejó atada su muía en la fachada de la Casa de las Conchas, mientras iba hacer sus visitas a domicilio; al volver no la encontraba, pues con los artefactos que servían de grúas para subir el material de construcción, los obreros la habían subido hasta una de las torres en construcción. Otros dicen que pasando, por la Vaguada de la Palma, un arriero, con un carro de dos muías, le pilló de lleno la explosión del polvorín que destruyó el barrio del mismo nombre, y los restos de una de las muías se encontró en dicha “Torre de la Muía” de la Clerecía. 310 NAT. GRACIA LIX 2/mayo-agosto, 2012, 289-311, ISSN: 0470-3790

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