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SAN FRANCISCO EL REAL, DE SALAMANCA. EL BICENTENARIO semblante , y lanzaba suspiros y exclamaciones, porque echaba de menos muchas de ellas, que habían desaparecido con los horrores de la guerra. Llegamos a l fin a Salamanca sanos y salvos en la tarde de la jo rn ad a quinta, y luego que descansamos aquella noche, fu e su prim er cu idado a la m añana siguiente m archar con toda la fam ilia a recorrer los barrios extremos, señaladamente los que dan a l río Tormes, y que ofrecían un inmenso montón de ruinas, una absoluta y espantosa soledad. A su visita, mi buen p ad r e bañado en lágrimas el rostro y con la voz ahogada p o r la más profunda pena, nos hacía engolfar p o r aquellas sombrías encrucijadas, encaramarnos a aqu e­ llas peligrosas ruinas, indicándonos la situación y los restos de los monumentales edificios que representaban. Aquí, nos decía, era el magnífico monasterio de San Vicente; a qu í el de san Cayetano; allá los de San Agustín, la Merced, la Penitencia y San Francisco; estos fu eron los espléndidos colegios Mayores de Cuenca, Oviedo, Trilingüe y Militar del Rey. Aquí estaba el Hospicio, la casa Galera (la cárcel), y p o r a qu í cruzaban las calles Larga, de los Ángeles, de Santa Ana, d e la Esgrima, de la Sierpe y otras que habían desaparecido del todo. Tanta desolación hacía estremecer a l buen patricio, y su llanto y sus gemidos nos obligaban a nosotros a gem ir y a llorar también. La ver­ d a d es que esta antiquísima y monumental ciudad hab ía sucumbido casi en su mitad, como si un inmenso terremoto, semejante a l de Lis­ boa a mediados delpa sad o siglo, la hubiese querido borrar del mapa. El sitio puesto p o r los ingleses antes de la batalla de Arapiles; la toma de los monasterios fortificados de San Vicente y de San Cayetano, y el incendio del polvorín y la fe r o z revancha tomada p o r losfranceses la noche de San Eugenio, 15 de noviembre, a su vuelta a la ciudad, fu eron sucesos ocasionales de tanta ruina, y que no se borrarán j a ­ más de la memoria de los salmantinos Las ruinas y solares que quedaron tras la guerra se conocieron como el Barrio de los Caídos, en el cual destaca, por llegar hasta nuestros días, la calle Florida, detrás de la iglesia-auditorio de San Blas, que era una gran fosa común donde se enterraron los cadáve­ res de los caídos en las distintas etapas de la guerra y de la explosión del polvorín del 6 de julio de 1812. Los deudos de los fallecidos NAT. GRACIA LIX 2/mayo-agosto, 2012, 289-311, ISSN: 0470-3790 309

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