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SAN FRANCISCO EL REAL, DE SALAMANCA. EL BICENTENARIO Hay que hacerle justicia al Papa Inocencio III, pues si no acertó en lo de creer irrealizable la Regla de San Francisco, sí vislumbró que sería insostenible. Y lo cierto es que la realidad no tardó en confir­ mar los recelos papales, pues a poco de ser fundado este convento salmantino, gozaba de más de 30.000 ducados de renta que fueron aumentando y corrompiendo el espíritu de pobreza de la Regla fran­ ciscana, hasta el punto que el rey don Juan II30, a instancias de su esposa doña María y del p. Sancho de Canales, ejecutó una primera reforma, cediendo todas aquellas rentas y volviendo los frailes a su primigenia pobreza. A pesar de esto continuó teniendo grandes beneficios y sobrada riqueza. Entre sus primeros guardianes, hubo jueces conservadores de la Universidad y no pocos profesores de la misma, salidos de entre las filas de los religiosos franciscanos de esa comunidad charra. Este convento llegó a albergar a un gran número de religiosos31, ocupando una extensión considerable de terreno; pues perteneció a él todo lo comprendido entre el convento de las Agustinas Recoletas, la actual parroquia de La Purísima, hasta la Plaza de Fonseca y, por detrás, hasta la actual cuesta de San Blas; siendo el actual Campo de San Francisco su huerto, y estando, en la zona de la actual Capilla de la Vera Cruz, su hospital de pobres y peregrinos. En su iglesia y claustro fueron enterrados, además del infante Fadrique y un herma­ no de éste, otros personajes, como aparece recogido en la historia de Salamanca, que escribió Villar y Macias; dando, también, hospedaje 30 Juan II de Castilla (Toro 1405-Valladolid 1454). Rey entre 1406 y 1454, hijo de Enrique II, el Doliente, y de la reina Catalina de Lancáster. De lo complicado de su reinado da testimonio la frase que dijo antes de morir: “Naciera yo hijo de un labrador efuera fraile del Abrojo, que no rey de Castilla .” 31 En este convento tuvieron lugar tres Capítulos Generales y es, además, por curioso, digno de mencionarse, que en el segundo de ellos, en el año 1533, el canónigo y arcediano de la catedral charra, García Rodríguez se hizo cargo, con gran generosidad, del gasto de más de 2000 religiosos, que acudieron a él, entre diputados, jefes e hijos de casas, regalando a cada uno, como despedida: un som­ brero, unas sandalias y un estuche o caja con un cuchillo y un cubierto. NAT. GRACIA LIX 2/mayo-agosto, 2012, 289-311, ISSN: 0470-3790 305

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