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ERASMO DE ROTTERDAM Y FELIPE MELANCHTHON… nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 123-147, ISSN: 0470-3790 141 Erasmo nunca confió plenamente en las informaciones de Melanchthon y mantuvo contacto también con el canónigo de Naum- burgo Julius Pflug, a quien le trasladó su buena voluntad 32 . No lo hizo para ganarse la amistad del Duque Jorge de Sajonia, se trataba de conocer las opiniones de la otra parte. Pflug le respondió de la manera acostumbrada 33 . Erasmo quería convencer a los príncipes de que las disputas eclesiales traerían prosperidad sólo si se llevaban a cabo en un contexto de reforma. El humanista buscaba que personas bienintencionadas del otro bando lucharan por mantener la unidad del cristianismo y que, como Melanchthon, trabajasen para ese fin. De esta manera el Imperio saldría de la confusión y de nuevo se estabilizaría. El canónico Pflug no quería disgustar a Erasmo, sólo preguntarle si los nuevos tiempos que se avecinaban, y a los que él auguraba prosperidad, podrían mantener la paz sin devoción y formación. Erasmo le respondió con su conocida carta del 20 de agosto de 1531, en la que se refleja que sobreestimó sus posibilidades de influencia. En primer lugar, afirma, se debería hacer entender que la autoridad de las autoridades es necesaria. En segundo lugar, si los príncipes quisieran tomar parte en la reforma de la Iglesia, habría que crear un comité de cien o ciento cincuenta hombres, escogidos de entre las naciones participantes, con el cometido de elaborar in- formes sobre la situación y la reforma de la Iglesia. Los príncipes y magistrados deberían preocuparse de que los hombres elegidos ocu- pen puestos al servicio de la Iglesia, sean personas devotas y que, asimismo, representen las distintas sensibilidades eclesiales. Erasmo no excluye a nadie: “ ommes mundum in pectore gerimus ”. Confiesa que se encuentra cansado, pero no a causa de la enfermedad sino por las luchas y por las injusticias que se ha encontrado. A aquellos que sacan beneficios de la confusión reinante en la Iglesia les desea que definitivamente llegue una buena catástrofe . Si presenciase este resultado, silenciosamente diría: “ Valete et plaudite !”. 32 Cf. Allen 9, 186. 33 Cf. Allen 9, 264.

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