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ERASMO DE ROTTERDAM Y FELIPE MELANCHTHON… nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 123-147, ISSN: 0470-3790 139 fracaso en las negociaciones, Erasmo se irritó 26 ; las posibilidades esta- ban todavía abiertas y no se podían dar por agotadas. Erasmo no señala como causa de los enredos políticos en el Im- perio las doctrinas de Lutero, sino las luchas sociales, las rebeliones del pueblo contra la autoridad y las disputas de los laicos contra el clero. En estas circunstancias el sentido común debería ser fortal- ecido, no hay otro camino para alcanzar la paz que el acuerdo. El humanista escribió nuevamente al legado pontificio pidiéndole que no se dejara derrotar por las dificultades; que las concesiones a los luteranos tendría que valorarlas como algo soportable y que Lutero, en fin, debería ser tolerado lo mismo que los husitas y los judíos. Al final, el tiempo curaría la enfermedad. Sin embargo Campeggio no compartía las mismas ideas. En el mismo tono incisivo escribió a Melanchthon, advirtiéndole de que las tensiones existentes tendrían efectos nocivos. Melanch- thon le garantizó que trabajaría para conseguir el entendimiento y para que las condiciones de paz no pudiesen ser rechazadas 27 . Y aún cuando se llegase más lejos, no apreciaba ninguna dificultad dogmática, de manera que no era consciente de estar equivocado y, como Erasmo, pensaba que el enfrentamiento era evitable, que la paz se podía conseguir si uno solo la quisiera. Con la fuerza nunca se llegaría a la meta. Por otro lado, si se conocen las opiniones y la voluntad de la otra parte, las cuestiones de índole menor se podrían obviar. Como no estaba autorizado para llevar adelante las negociaciones, lo que le comunicaba era una opinión privada, aunque confiaba en que los príncipes protestantes, como él, también anhelaban la paz 28 . Melanchthon esperaba que el sentido común de hombres instruidos y con talento diese como fruto una decisión aceptable. Pero este final podría darse si nos encontráramos ante una asamblea de humanistas, 26 Cf. Allen 7, 447. 27 “ Et nos unice cupidos esse pacis atque concordiae nec detrectare ullam tolerabilem faciundae pacis conditionem .” CR II, 170. 28 Cf. CR II, 172.
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