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HÉCTOR IGNACIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZ 122 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 81-122, ISSN: 0470-3790 Por ello el deber absoluto, siempre termina apuntando a la exis- tencia individual y específicamente a la atención del mundo interior, al honesto examen y a la humilde y obediente respuesta, que en- cuentra su perfecta ejecución en la contemporaneidad con el cruci- ficado. Para el creyente desesperado, dejamos el esfuerzo de éste, nuestro trabajo; para el que no cree, lamentamos su estadía por las veredas del desdichado escándalo, y aunque sabemos que “ahora lo genial y el síntoma de una profunda naturaleza es afirmar la imposi- bilidad de creer”, esperamos, que más allá de tales opiniones, logre dentro o fuera de su incredulidad, encontrar el sumo bien que habita en su interior. Dejamos a nuestro autor las últimas palabras: Y así va pasando la vida hasta que un día el reloj de arena se pare para siempre, el reloj de arena de la temporalidad; hasta que el ruido de la mundanidad se calle y el activismo desapoderado o can- sino se termine, cuando todo en torno tuyo sea silencio… Entonces, repito, la eternidad te preguntará –como a cada uno de todos esos millones de hombres– solamente por una cosa: si has vivido o no has vivido desesperado, y si desesperado, si no supiste que lo eras, o si lle- vaste ocultamente esta enfermedad en lo más hondo de ti mismo como el secreto devorador de tu vida… O quizá la llevaste de tal manera que, siendo el espanto de los demás, no hagas más que enfurecerte en medio de la desesperación. Y si es así, si has vivido desesperado, lo que ganaste o perdiste no cuenta absolutamente para nada, todo se ha perdido ya para ti 181 . 181 Ib., 48-49.

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