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HÉCTOR IGNACIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZ 118 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 81-122, ISSN: 0470-3790 temporal, una salida de la exterioridad hacia la interioridad, y que- remos llamarla salida y no entrada, porque el lugar donde habita el hombre de nuestra época es en esa exterioridad físico-social. Fu- garnos a la interioridad primaria, salirnos hacia los más profundos adentros de nuestro ser, para conocerlo, atenderlo, y acercarnos, en un movimiento de volcado infinito, a la posibilidad de una felicidad plena. Encontrarse arrojado en un mundo, sin conocerse uno, ni cono- cer al mundo, tomar conciencia de todo el asunto, ver hacia dentro, sentir el Absurdo, he aquí nuestro preludio. Limpiando un poco el camino, aclarando un poco el sentido, Kierkegaard nos lleva al en- cuentro con ese buen-mensaje, que estaba, quizá, un poco oculto; comodidades, modernismos y otra serie de vicios, haciendo ruido frente al llamado divino. Ignorarlo, despreciarlo, sin duda sería un gran desperdicio, dejar que la vida se escape entre responsabilidades e irresponsabilidades sociales de nuestro siglo, por eso nos recuerda este genio noble con aires melancólicos: ¡En el mundo también se habla muchísimo de las vidas desperdi- ciadas! Sin embargo, no hay más que una vida desperdiciada, la del hombre que vivió toda su vida engañado por las alegrías o los cuida- dos de la vida; la del hombre que nunca se dedicó con una decisión eterna a ser consciente en cuanto espíritu, en cuanto yo; o, lo que es lo mismo, que nunca cayó en la cuenta o sintió profundamente la impresión del hecho de la existencia de Dios y que «él», él mismo, su propio yo existía delante de este Dios, lo que representa una ganancia infinita que no se puede alcanzar si no es pasando por la desespera- ción 167 . Con esta conciencia de finitud, de limitación y pecado, que nos quedó del último capítulo de nuestro trabajo, no podemos hacer mu- cho más que concluir con aquello que nos queda como consecuen- cia inmediata: señalar el deber. Pero al encontrarnos con un deber, desde esta conciencia y padecimiento de la enfermedad mortal, y 167 Ib ., 48.
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