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HÉCTOR IGNACIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZ 106 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 81-122, ISSN: 0470-3790 cónsono con alguna perspectiva moral que, quizá en algunos casos, merecería ser tomada en cuenta. La desesperación, el mal-estar del yo en cuanto yo, se origina en el momento que la libre voluntad del yo atenta contra la propia estructura espiritual y su disposición natural. Podemos ver cómo esta definición de desesperación, se identifica con el significado que he- mos dado al error a lo largo de todo este apartado, y es que, en este sentido, todo mal-estar proviene de un mal-actuar, ese mal-actuar primario, ese “pecado original”, en el que la voluntad del yo atenta contra su propia estructura y disposición natural, desconociéndola, rebelándose y desafiándola. Debemos dejar claro, que esta enfermedad que tiene sus raíces ahí, en un acto de la voluntad libre, es la enfermedad del yo , en su sentido más propio, y es descrita en el tratado, no como una enfer- medad del yo en cuanto ser corporal, ni en cuanto ser racional, ni en cuanto ser político, sino en cuanto yo , justo en ese “momento” en que desea constituirse absolutamente independiente y de una manera desesperada. Kierkegaard, en una posición consonante con la socrática, se sitúa desde la perspectiva del yo, y describe esta enfermedad como un estado patológico, en el cual, el yo se rebela contra su propia constitución desconociéndose a sí mismo y a su origen. El yo se encuentra arrojado en el mundo y goza de libre vo- luntad; pero cuando su voluntad está enferma, no bastándole este libre arbitrio, desea una absoluta autosuficiencia, desea un albe- drío absolutamente libre, desea ser “como dioses” (Gen 3,5), y ésta, su ambición, le arrebata el estado primigenio 144 , entrando en un 144 “…si el hombre no fuera una síntesis tampoco podría desesperar; y si ésta no hubiese salido cabalmente armónica de las manos de Dios, entonces el hombre tampoco sería capaz de desesperar. ¿De dónde viene, pues, la desespe- ración? De la relación en que la síntesis se relaciona consigo misma, mientras que Dios, que hizo al hombre como tal relación, lo deja como escapar de sus manos; es decir, mientras se relaciona consigo misma”. S. KIERKEGAARD, La Enfermedad Mortal, O. c., 36.
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