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HÉCTOR IGNACIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZ 100 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 81-122, ISSN: 0470-3790 perspectiva 140 , y que siendo también causa de error, no es ingenua en su trasfondo: …¿no es acaso una ignorancia adquirida, a la que se ha llegado en un período posterior? Si se trata de una ignorancia tardía, entonces no cabe duda de que el pecado hunde sus raíces en algo distinto de la ignorancia, en algo que tiene que ver con la actividad del hombre, es decir, en una actividad en la que éste ha trabajado por oscurecer su conocimiento 141 . En esta cita se hace referencia a ese mecanismo psíquico de oscurecimiento de la conciencia que mencionamos, pero debemos decir de nuevo que esto no va referido a ese tipo de ignorancia que se da, por ejemplo, cuando un niño se acerca a una cocina con cu- riosidad y desde sus parámetro lúdico, si por mala fortuna se acerca a una hornilla encendida y lo que consigue es dolor al acercarse a la misma, se ha equivocado por una ingenua ignorancia, su error se da a causa de un desconocimiento del mundo físico y su funcionamien- to. Kierkegaard nos habla de un asunto diferente, un asunto moral en el que el yo, equivocándose por ignorancia, es responsable de su error y de su ignorancia. Pero habiendo entendido el error como el atentado del hombre contra su propio yo, ¿cómo puede sostenerse que tal acción se haga voluntariamente? Lo que nos dice el sentido común es que el hombre tiene una tendencia a buscar lo bueno, y evitar lo malo. Si nos situamos desde una perspectiva del bienestar corporal, seguramente diremos que preferimos la salud que la enfermedad, identificando la salud con lo bueno y la enfermedad con lo malo. Quizá en ese caso, buscamos el bien y evitamos el mal, sin embargo sabemos que el hombre yerra, atenta contra su yo y en el ámbito corporal, sabemos que algunos ac- tos cometidos pueden llegar a ocasionarle un determinado mal-estar. 140 La ignorancia que se da cuando el yo ignora su propia estructura, esa “inconsciencia de la naturaleza espiritual”. 141 S. KIERKEGAARD, La Enfermedad Mortal, O. c ., 117.
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