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HÉCTOR IGNACIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZ 98 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 81-122, ISSN: 0470-3790 que preguntar por lo justo en sí mismo o lo bello en sí mismo, e inten- tar responder a partir de una profunda introspección, a partir de una dialéctica de lo íntimo, no es otra cosa que una apelación a lo más propio del yo, quizá a una ley o estructura, que, a diferencia de la ateniense, podría encontrarse en las profundidades del yo. Podemos ver claramente expuesto, en signos alfabéticos, el contenido de la ley y la estructura de Atenas, podemos informarnos, sin demasiados contratiempos, acerca de sus costumbres y tradicio- nes, podemos, a partir de todo esto, responder cuál es el actuar justo para los atenienses; pero responder desde la perspectiva socrática se torna una labor menos sencilla, y antes que nada habrá que co- nocerse a sí mismo , conocer la estructura y ley del yo particular, y en caso de que tenga una estructura y una ley, ésta no se encuentra en un papel ni en un pergamino provisto de caracteres gramaticales dispuestos a ser leídos. El mal o la injusticia es aquello que atenta contra la ley o estruc- tura de Atenas, eso, desde luego, para un hombre ateniense y desde de una perspectiva política, pero, ¿cómo puede definirse el mal des- de la más íntima perspectiva, es decir, preguntando al yo en cuanto yo? De acuerdo a la historia y al historiador, se entiende que para Sócrates, la esencia de ese yo es “lo bueno como tal”, y nos parece que, desde esta perspectiva, lo malo queda entredicho como aque- llo que atenta contra este yo, así, el mal-obrar del hombre quedaría definido como ese actuar que, efectivamente, atenta contra su yo. Se hace, pues, bastante clara la razón por la cual Sócrates sostiene que la causa del mal obrar es la ignorancia, pues, ¿qué hombre querría actuar en contra de su propio yo estando consciente de dicho acto? En este punto, Kierkegaard se distanciará de Sócrates, y propon- drá justamente, lo que a partir de esta pregunta parece inconcebible: que el hombre sí quiere actuar en contra de su propio yo, y de he- cho lo hace, he aquí la desesperación. Como ya dijimos es necesario poseer una noción de mal, que permita determinar en qué caso se da el error, y lo que esta noción de mal significa para Kierkegaard, coincide con la noción socrática. No existe, tampoco, diferencia en la manera en que ambos entienden
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