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HÉCTOR IGNACIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZ 90 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 81-122, ISSN: 0470-3790 podríamos pretender tomar una explicación lógica de una realidad metafísica como algo esencialmente distinto a una metáfora. Para Kierkegaard, la realidad espiritual no se encuentra dentro del campo físico ni dentro del campo racional, y aunque recono- ce ambas realidades, las distingue de lo espiritual. Para algunos, el triángulo puede ser una verdad eterna; para otros puede serlo la ma- teria. Para Kierkegaard, existe el espíritu, el yo-relación, y ha logrado elaborar una explicación racional de esta realidad y de su origen. De la misma manera en que la realidad de la lluvia puede ex- plicarse con mil y un mitos y con más de una teoría, no dudamos jamás de su realidad cuando se hace presente sobre nosotros, y nos empapa con su humedad. Lo mismo le ocurre a Kierkegaard frente a esta realidad metafísica, la explicación lógica que ha dado y hemos expuesto, la tomaremos como metáfora, como ejercicio comunicati- vo de esa realidad. Tenemos hasta ahora, algunas ideas que se presentan con cla- ridad, la primera es que la desesperación consiste en una especie de ignorancia o inconsciencia de la propia naturaleza espiritual; la segunda es que por espíritu se está entendiendo ese yo-relación, una síntesis que constituye lo tercero positivo entre una serie de polari- dades dialécticas, que habitan dentro del hombre. También sabemos que esta síntesis es además, una relación que tiene la capacidad de relacionarse consigo misma y con aquel que la estableció. Finalmen- te, diremos que la desesperación está siendo entendida como una enfermedad universal, y que no puede ser diagnosticada ni tratada de cualquier manera. Esta universalidad que supone Kierkegaard, no podrá ser de- mostrada mientras no quede claro en qué consiste la enfermedad –aunque la demostración de tal universalidad no está contemplada como uno de nuestros objetivos–, sin embargo, es importante tener presente que Kierkegaard advierte de manera enfática, que este tema nos incumbe a todos y cada uno de los hombres:

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