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JUAN RAMÓN FUENTES JIMÉNEZ 76 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 51-77, ISSN: 0470-3790 que es algo sagrado. Esa tarea, cultivada así, debería proporcionar tal satisfacción a los hombres y mujeres de las distintas épocas que no vivirían angustiosamente el fin de su existencia, más bien expe- rimentarían la satisfacción del deber cumplido; sentirían que han contribuido con sus acciones a construir un mayor sentido de unidad entre los seres humanos, presidido por un desinteresado logro del bienestar general, absolutamente compatible con el programa utilita- rista y con la idea de libertad del individuo. Con todo esto, Mill pone de manifiesto que la religión no es mala, con todo lo relevante que esta afirmación en un filósofo em- pirista y en su época; ni se trata de mantener ante ella una postura de hostilidad. Nuestro autor objeto de estudio, con un pensamiento como vamos viendo altamente tolerante y respetuoso, entiende que si la religión ayuda a que los individuos vivan más felices, disfrutan- do de una felicidad y un goce solidario y de una libertad del mismo tenor, entonces es algo útil, bueno, bello y que hay que potenciar. La religión debe respetar la libertad individual y promoverla, incluso alzándose como denuncia profética ante los desmanes de los gobiernos; debe ser mensaje de liberación de toda alienación que domina al individuo, que lo hace cretino, mezquino, egoísta. La religión se erige así en el pensamiento milliano, como un elemento básico desde la antropología, desde la ética y desde la libertad. La religión debe ayudar a construir individuos y sociedades más felices y solidarias, que piensen más en que lo importante es el bien gene- ral, el bien de las generaciones que tras nosotros deberán continuar haciendo un mundo mejor. Sólo así, la religión parece que proporciona placer y felicidad. Y sólo en sentido contrario, las distintas religiones son discursos que menoscaban y cercenan la libertad del individuo, y que hacen de la existencia de éstos un auténtico valle de lágrimas e incluso, como vemos en nuestros días, son el escenario de guerras. La religión debe ser algo que contribuya a la felicidad del indi- viduo; algo que le construya como persona; algo que no evoque la figura de un juez implacable; algo que ayude a que el individuo se

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