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JUAN RAMÓN FUENTES JIMÉNEZ 66 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 51-77, ISSN: 0470-3790 De este modo, esos indicadores morales estarían ahí como mo- jones en el camino de cada individuo. Pero después cada individuo dirige su vida más influenciado por la costumbre, con lo cual poco o nada tienen que hacer esas leyes sagradas, ese decálogo en el inte- rior del hombre. Quizá lo que falte para ello es que realmente todo cuanto Dios da al cristiano lo importante sería que nos emocionase en el más estricto sentido etimológico del término, esto es, que nos moviese a obrar conforme a ello. Pero para esto se hace necesaria la conversión personal, y eso puede durar toda la vida: No tienen las doctrinas nada que hacer con los creyentes ordina- rios. Tienen ellos un respeto habitual para el sonido de las palabras que las enuncian, pero carecen del sentimiento que penetra en el fondo de las cosas y que fuerza al espíritu a tomarlas en consideración. Siempre que de conducta se trata, los hombres dirigen la mirada en derredor suyo para saber hasta qué punto deben obedecer a Cristo 86 . Tras esta visión puede parecer que Mill se presenta como enemi- go acérrimo del cristianismo. Nada más lejos de su intención, ya que si bien es verdad que hace crítica de esa fractura moral que hay en quienes se dicen creyentes, que por un lado prestan oídos a las leyes que emergen de la religión cristiana, pero en la praxis personal su actuar está lejos del cumplimiento de las mismas, no es menos cierto que Mill hace también una valoración positiva del cristianismo, esa valoración positiva es la del cristianismo primigenio, el de las prime- ras comunidades. Ahí sí que había sintonía entre lo que se predicaba y el modo de actuar de los creyentes; había verdadera fe en el modo de vida de los primeros cristianos, que verdaderamente se amaban. Tras lo antes expuesto, podemos concluir que Mill al realizar toda esta crítica al cristianismo, a sus enseñanzas morales, a su frac- tura moral, a las verdades que enseña, termina vinculando la inte- ligibilidad de las verdades del cristianismo con el ámbito de la fe, 86 O. c., 97-99. Esa fractura de la que hablamos es la expresión de la que su padre le había inculcado en sus primeros años, como se ve igualmente id., Autobio- grafía , O. c., 62-63, donde James Mill manifiesta la incongruencia de la religión: la existencia del mal en un mundo creado por un ser infinitamente justo y bueno.

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