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ASUNCIÓN ESCRIBANO HERNÁNDEZ 22 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 7-49, ISSN: 0470-3790 mejor modelo de comunicador, y en concreto como emisor. Es más, como ha escrito Emilio Lledó, el estar en el mundo con que la filosofía moderna ha intentado configurar el espacio real del hombre sólo define una parte superficial de la topografía humana. Estar en el mundo es, más bien, un ser en el mundo; pero un ser que es principio de incesante dinamismo y, por consiguiente, de incesante creatividad. Estar en el mundo implica una enérgeia que se manifiesta como principio de actuación y de interpre- tación 23 . Este “principio de actuación y de interpretación” del que habla el filósofo y académico español antes mencionado, encuentra un reflejo exacto, desde el punto de vista del cristiano, en el testimonio que de su fe ha de llevar a cabo el creyente y, de un modo muy con- creto, en este caso, el comunicador. Sin embargo, y por desgracia, la disfunción profesional y de fe resulta, en este sentido, un hecho constatado en nuestra sociedad. No obstante, y en cierto modo como atenuante, puede decirse que no es un asunto que afecte única y exclusivamente al ámbito de los medios de comunicación. Creo en cualquier caso que, mucho más allá de la imperante necesidad de estar vocacionado del comunicador de nuestros días, todo emisor en cualquier proceso de comunicación informativa no puede sino sentir y hacer sentir esa energía que probablemente na- die mejor que Pablo supo definir: “El Espíritu mismo se una a nues- tro espíritu para dar testimonio de que somos Hijos de Dios” (Rom. 8, 16). Sin esa energía, ese “Espíritu” de los creyentes, que nos hace no solo creer en el valor de aquello que se comunica sino llevarlo a cabo de la mejor y más eficaz manera posible, no es probable que la comunicación constituya, en el siglo xxi poco más que el mero entretenimiento y sistema de manipulación que conocemos. 23 E. LLEDÓ, Imágenes y palabras. Ensayos de humanidades , Madrid, Taurus, 1998, 49.