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ASUNCIÓN ESCRIBANO HERNÁNDEZ 18 nat. gracia LIX 1/enero-abril, 2012, 7-49, ISSN: 0470-3790 Se ha convertido en dogma intocable que el mundo está “glo- balizado”, lenguaje que introyecta subliminalmente la idea de equi- dad, pues la esfera se define como lugar geométrico haciendo uso del concepto de equidistancia. Se pudiera haber elegido otro lenguaje: “mundo en camino de mundialización”, pero entonces se impone la pregunta de si la dirección del proceso es mundialización o con- quista 17 . En este sentido, habría que recordar, a este respecto, aquellos rasgos de la forma de comunicar de Jesús de Nazaret que hoy nos muestran por dónde debemos caminar. Ante todo Él es, como emi- sor, nuestro modelo ideal porque en él confluyen las claves funda- mentales para dar hoy una buena noticia en el mundo. En primer lugar la credibilidad personal como ancla en la que afirmar cuanto decimos: no deja de llamar la atención la sorprendente coincidencia de los evangelios al señalar la “autoridad” con la que Jesús hablaba y que era reconocida unánimemente por quienes le escuchaban 18 : “Nunca nadie ha hablado como habla ese hombre”, pone en boca de unos guardias el autor del evangelio de Juan (7, 46). Esa autoridad siempre ha sido un valor notablemente apreciado en todos aquellos que se dedican a la palabra de uno u otro modo: no sólo periodistas, sino políticos y oradores de todo tipo. Estamos ante el “ethos” clási- co que con el cristianismo adquirió un valor reforzado 19 . 17 J. SOBRINO, Humanizar una civilización enferma , en Concilium. Revista Internacional de Teología , 329 (febrero 2009), 79-89, 83. 18 Mc. 1, 22; Mt. 7, 28-29; Lc. 4, 31-32 . 19 Entre las razones enumeradas por Christoph Markschies a la hora de expli- car por qué sobrevivió el cristianismo en la Antigüedad, varias están relacionadas con este aspecto esencial del Cristianismo. Así, la primera, en su opinión, resulta ser “la impresión personal que algunos cristianos suscitaban en los no-cristianos, es decir, ante todo el efecto personal causado por los mártires y los misioneros, pero luego también, en un grado cada vez mayor, por los monjes y los obispos”; asimismo, –y se trata también de otra de las principales razones de dicha supervivencia– el hecho de que, en general, “una ética tan sencilla y rectilínea fue admirada ya en la Antigüedad no sólo por personas sencillas, sino que también ganó para la causa del cristianismo a contemporáneos cultos” y, junto a las razones anteriores, “el cris- tianismo no sólo creó nuevas instituciones de diaconía social para los pobres, los

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