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BERNARDINO DE ARMELLADA que, como padre débil queda arrollado y sin autoridad por la desfa­ chatez abusiva de sus hijos. Es un modo de no tomar a Dios en serio. Nos parece duro el que estemos inicialmente dentro de una situación de muerte, como lo concluye claramente San Pablo: 1Por tanto, com o p o r un solo hom bre entró el p e c a d o en el mundo y p o r el p e c a d o la muerte y a s í la muerte a lc an z ó a todos los hombres, p o r cuan to todos p ec a ron ... (Rm 5,12). Del mismo m odo qu e en Adán mueren todos ”... QCo 5,22). Tal es la afirmación clara del pecado original y su consecuencia. Los autores del documento se creen en la necesidad de su­ brayar que “ninguna de las consideraciones que el texto propone para motivar una nueva aproximación a la cuestión (de la salvación de los niños muertos sin bautismo), puede ser utilizada para negar la necesidad del bautismo ni para retrasar su administración”5, es decir, no puede ponerse en duda la verdad incontrovertible de la universalidad del pecado original, también en los niños en cuestión. Lo que tampoco les impide concluir que habrá razones para esperar que Dios salvará a estos niños de algún modo ‘especial’, ya que no han podido acceder a lo establecido como medio ‘general’. 3. NO SE SOLUCIONA UN PROBLEMA NEGANDO LA RAÍZ DE QUE SURGE En algunos autores modernos se produce una confusión entre la ‘res’ y las ‘verba’, llegando en ocasiones a diluir de tal manera la ‘res’ en las ‘verba’, que se distorsiona su contenido o simplemente se niega su realidad. Se hace visible tal riesgo precisamente en este caso típico de la doctrina católica sobre el pecado original, cuya ‘res’ o esencia, según el Magisterio, constituye un dogma de fe6. Pero basta 5 Ib., prol. 6 “El pecado original: una verdad esencial de la fe (n° 388)... La doctrina del pecado original es, por así decirlo, “el reverso” de la Buena Nueva de que Jesús 674 NAT. GRACIA LVIII 3/septiembre-diciembre, 2011, 669-694, ISSN: 0470-3790

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