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FUGA DEL YO ANTE EL MUNDO Y SU IMPERIOSA RESPONSABILIDAD SOCIAL ... muy duras son estaspalabras ¿quién soportaría escucharlas?... Son palabras terribles; sin embargo, estoy seguro de que las podemos comprender, sin que ello implique que quien las comprendió tenga el valor de ponerlas en práctica. Pero en todo caso hay que tener la honestidad de reconocer lo que quieren deciry reconocer además que lo que dicen es grandioso, aunque nosfalte el valorpara intentarlo 103. El estadio al cual Kierkegaard no para de hacer referencia, es un estadio en el cual, ese Dios en la más profunda intimidad, está por encima de todo, por encima de la razón humana junto con toda la moral de ella derivada, y por encima también de todo apego y todo deseo que busque lo suyo104. No hablamos de una ética relativista en la que cada quien se fabrica un dios a su medida para justificar cualquier acción que le apetezca, tampoco hablamos de una ética social, del bien común bajo una idea de hombre tan común que no tiene que ver con ningu­ no; tampoco hablamos de una ética impuesta por mayorías alienadas o no alienadas, ni de una ética del consenso que otorga el poder al que mejor maneje el discurso o al que más complacencias ofrezca a los miembros de un concejo. El deber absoluto para con Dios es la moral que subyace en el comportamiento de Abraham, que en cada yo está determinada por esa relación particular con lo absoluto. Actuar en función de Dios que habita en el interior, y que pro­ cura nuestra salvación, no es actuar egoístamente. Por esta razón Kierkegaard nos dice: Se lee en el sermón de la montaña: (Ccuando ayunes unge tu cabeza y lava tu rostro, para que los hombres no sepan que estás ayu- 103 Ib., 38. 104 Sin contradecir lo planteado en esta frase, queremos aclarar que esto no implica el desprecio de la tradición ni de la autoridad de todos aquellos que como Abraham son “estrella que sirve de norte y salvación al acongojado. ”(#?., 27). A fin de cuentas la narración y los narradores del Evangelio son parte de la tradición en la que Kierkegaard confía para hacer estas afirmaciones. NAT. GRACIA LVIII 3/septiembre-diciembre, 2011, 577-632, ISSN: 0470-3790 629

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