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HÉCTOR IGNACIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZ siendo insuficiente para alcanzar la cualidad contenida en el acto de Abraham, la cualidad de la fe. En esta figura emuladora de Abraham, se cumple con todo lo mandado, sin embargo, se muestra también un caminar cabizbajo, entristecido, distinto al de Abraham. No logra nunca más olvidar aquello que le pidió Dios, lo retiene, y con ello muestra cierto resen­ timiento, obedece y se somete a lo superior, pero aún así carece de aquello que hizo grande a Abraham. Con aquella tristeza, muestra una cierta decepción, y toda de­ cepción requiere de un juicio previo, por eso, enjuicia la acción de Dios de mandar a su siervo a sacrificar lo más querido, y su juicio parece dominar su ser, parece situarse en un lugar muy alto, tan alto que logra entristecerlo. De Abraham podríamos llegar a especular que estuvo estremecido, expectante, pero nunca decepcionado, por­ que su confianza en Dios y en su bondad era infinita y estaba por encima de ese rasgo común, limitado y útil que llamamos razón. Él conocía el carácter limitado de su razón, y sabía que si ésta no lo­ graba ver la bondad del acto, se debía a esta misma pobreza, no era pues, tan ignorante, ni tan atrevido como para pensar que su razón era perfecta. Entonces, si Abraham es el padre de la fe, si el actuar de Abraham, y no el del Pseudo-Abraham, es el que dio origen a la noción de fe, tendremos que decir que para tener fe no será suficiente: creer en la presencia de Dios, escuchar su palabra y mandato, ni siquiera lo será el tener una resignación infinita y una perfecta obediencia, de hecho, podríamos cumplir con todo esto sin haber llegado a tener fe. 1.2.5.3. Estadio ético Cuando Abraham, solo, caminaba hacia el monte Moriah, la tarde era sosegada; se arrojó al suelo y su rostro tocó la tierra y pidió a Dios que le perdonase el pecado de haber querido sacrificar a Isaac, pues el padre había olvidado su deber para con el hijo. Repitió con frecuencia su solitario viaje, pero no logró encontrar la paz. No podía comprender cómo podía ser pecado el haber querido sacrificar a Dios lo más preciado que poseía, aquel por quien hubiera dado la propia 600 NAT. GRACIA LVIII 3/septiembre-diciembre, 2011, 577-632, ISSN: 0470-3790

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