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FUGA DEL YO ANTE EL MUNDO Y SU IMPERIOSA RESPONSABILIDAD SOCIAL Tal vez la pretensión de Kierkegaard con la presentación de este personaje, sea la de lograr trasladarnos a aquella escena, e imaginar el estremecimiento causado por aquel instante narrado, imaginado y recreado un sin número de veces en el pensamiento de aquel hom­ bre; enfrentarnos con algunos detalles poco afables presentes en el acto, tales como el filo del metal del arma empuñada, la delicada piel del niño, la seriedad con la que Abraham tomaba a su víctima para entregarla, la severidad de su mirada frente a la inocente angustia en los ojos del niño. Estos datos y su efecto son apenas una peque­ ñísima muestra de aquello que pudo haber sentido el observador de aquella situación, ese hombre del que nos habla Kierkegaard, del cual añade además que intentaba aliviar el efecto de todas esas imágenes buscando una explicación que hiciera de aquel acto algo razonable o al menos comprensible. Pero nuestro autor tiene muy claro que mientras más se especula al respecto, más inalcanzable se hace la anhelada explicación que justifique semejante acto. Este hombre (el conmovido con la historia) no era un pensador, no experimentaba deseo alguno de ir más allá de la fe, y le parecía que lo más maravilloso que lepodría suceder era ser recordado por las generaciones futuras como padre de esa fe: consideraba el hecho de poseerla como digno de envidia, aún en el caso de que los demás no llegasen a saberlo 27. Al toparnos con un hombre en dicha situación, podemos com­ prender que nos mencione de cuán variadas maneras pudo actuar Abraham frente a aquella exigencia, tomando en cuenta, además, toda la gravedad, el dolor y la resignación que tuvo que padecer Abraham como padre28 al recibir el mandato que le llevó a empren­ der aquel viaje y la ejecución del sacrificio interrumpido. Ya sabemos que Abraham realizó aquella acción que le hizo el padre de la fe, pero, ¿a qué otra opción da cabida la imaginación al situarnos en 27 ib., 22. 28 Y no cualquier padre, uno que tuvo que esperar mucho para que Dios le concediese un hijo, y no cualquier hijo, sino ese que representaba el amor y la pro­ mesa de su Dios. NAT. GRACIA LVIII 3/septiembre-diciembre, 2011, 577-632, ISSN: 0470-3790 597

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