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MANUEL LÁZARO PULIDO que los estándares de racionalidad pueden cambiar con el tiempo. Podemos entresacar, al menos, dos consecuencias: (1) la tradición cultural es un hecho importante que ha de tenerse en cuenta, pero (2) no es un absoluto. Esta constatación fáctica -e l hecho de que las tradiciones van variando- no implica caer en un relativismo, sino en el dinamismo. Pues en las culturas existen ciertos fundamentos que resultan axiomas intocables (y otros, esto es importante, que se entienden como axiomas y no lo son). Hemos de señalar que unos productos culturales concretos no son inherentes al ser humano, sino el hecho de crear y producir cultura. Y, por lo tanto, tampoco lo es una tradición determinada. Debemos buscar algo más profundo en el que el hombre encuentre su fundamento cultural y su verda­ dero estándar existencial, que es algo más que el estándar racional. Las premisas de la relación cultural son estudiadas desde pará­ metros muy diversos y todos ellos enormemente eficaces (en cuanto que tienen efectos, ya sean positivos o negativos) en la práctica pública y política. Nuestro análisis camina por senderos más especu­ lativos (por ser menos visibles), pero no por ello menos necesarios ni alejados de la realidad cotidiana. Pues, de hecho, afecta a la esen­ cia misma del acontecimiento multicultural y apunta al epicentro de dicho fenómeno: la naturaleza metafísico-existencial del hombre, su identidad común, la única civilización donde se expresan las dife­ rencias. No hay mejor manera de rendir servicio al hombre del siglo XXI que reflejarlo desde la realidad en sí considerada y alejada de una aproximación ideológica al mismo. Ante una tan vasta tarea, nosotros nos conformamos con señalar ciertos matices, dar unas pinceladas con el color de una de las escuelas que más ha vivido el multiculturalismo en el seno de su acción y fundamentación: el franciscanismo. 426 NAT. GRACIA LVIII 2/mayo-agosto, 2011, 419-453, ISSN: 0470-3790

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