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FERNANDO BENITO MARTÍN no obstante, es que abrieron una brecha por la que ascender en la nueva sociedad civil que comenzaba a implantarse en el territorio europeo. “Unpríncipe, pues, no debe tener otro objetivo ni otrapreo­ cupación, -escribe Maquiavelo- ni considerar cosa alguna como responsabilidadpersonal, excepto la guerra y su organización y dis­ ciplina, porque éste es el arte que compete exclusivamente a quien manda; y requiere tanta virtud, que no sólo mantiene en su lugar a quienes han nacido príncipes, sino que muchas veces eleva a este rango a simples ciudadanos; y al contrario, podemos ver que cuando lospríncipes han pensado más en los refinamientos que en las armas han perdido su estado”13. Este fragmento, ya señalado hace 30 años por el sociólogo recientemente fallecido Gérard Namer, se encuentra en el origen de la justificación teórica del asalto de la política por parte de los simples ciudadanos14. Sin embargo, no se hallaba desa­ certado Maquiavelo. Precisamente fue la movilidad social atisbada por él la que, con el paso del tiempo, permitiera encaramarse al po­ der en diversos momentos de la historia europea a individuos ajenos del todo a las tradiciones políticas o militares europeas, pero que se aprovecharían del particular contexto sociopolítico de la época, para seguir ejerciendo de príncipes de la guerra. Nada cambió sustancialmente en este sentido en los siglos si­ guientes, y no es de extrañar, por lo tanto, que Voltaire, no sin cierta paradoja en la estela defensora de la tolerancia abierta por el erasmismo, recordase que la guerra “nos viene de la imaginación de trescientas o cuatrocientas personas extendidas por la superficie de este globo, con el nombre de príncipes o de ministros”15. Quien aún se sorprenda por la tradición que en el continente europeo han tenido desde hace siglos el arte de la guerra16 y los tratados sobre 13 N. MAQUIAVELO, El Príncipe. Escritos menores sobre la milicia y el Estado, O. c., 179-180. 14 G. NAMER, Maquiavelo o los orígenes de la sociología del conocimiento, Barcelona, Península, 1980, 67. 15 VOLTAIRE, Diccionario filosófico, Madrid, Akal, 1985, 293- 16 Expresión que, como indica Lafaye, carecía de toda “connotación estética ni lúdica”, J. LAFAYE, Sangrientasfiestas del Renacimiento, o. c., 14. En la bibliogra- 330 NAT. GRACIA LVIII 2/mayo-agosto, 2011, 323-381, ISSN: 0470-3790

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