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FERNANDO BENITO MARTÍN debe olvidarse cuando se intente contextualizar dicho pensamien­ to y su influencia, que contemporáneo a él se desarrolla el pen­ sar sociológico y político de Nicolás Maquiavelo. A modo de “vidas paralelas”8, las biografías de ambos intelectuales se yerguen sobre la Europa moderna indicando caminos a seguir que, como es sabido, orientaron imbricadamente las trayectorias de la historia y el pensa­ miento de Occidente. Desde esta perspectiva, si el florentino puso de manifiesto a comienzos de la Europa moderna la importancia de la guerra para el buen hacer de los estadistas, será tres siglos más tarde cuando, en los albores de la nueva época que abre la Francia revolucionaria, un general corso pueda vanagloriarse de seguir aún la estela de su pensamiento. No es ninguna casualidad, en este sen­ tido, que uno de los libros más célebremente anotados a lo largo de la historia sea, precisamente, la edición de El P ríncipe que poseyera, y le acompañase a lo largo de su vida, Napoleón Bonaparte9. “De 8 Dicho paralelismo no se dio únicamente en su época (Erasmo 1466/1536; Maquiavelo 1469/1527) sino que a la revisión bibliográfica de la figura y la obra de Erasmo acontecida en la primera mitad del siglo xx (cf. entre otros hitos, M. Batai- llon, Érasme et l ’Espagne. Recherches sur Vhistoire spirituelle du xvie siécle, 1937; A. Renaudet, Études érasmiennes (1521-1529), 1939; S. Zweig, Triumph und Tragik des Erasmus von Rotterdam, 1934\ J. Huizinga, érasme, 1955, y, por último, L. Febvre, Erasmo, la Contrarreforma y el espíritu moderno, publicado en una fecha tan simbólica para el europeísmo como 1957) respondería posteriormente, en un momento histórico más pragmático y distinto del anterior, una revalorización del pensamiento maquiavélico (R. Ridolfi, Vita di Niccoló Machiavelli, 1969; J. G. A. Pocock, The Machiavellian Moment, Florentine Political Thought an d the Atlantic Republican Tradition, 1975; G. Namer, Machiavel ou les origines de la sociologie de la connaissance, 1979; y M. Viroli, II sorriso di Nicoló. Storia di Machiaveli, 1998). 9 Carlos v tenía asimismo El Príncipe entre sus libros de cabecera y, en opinión de Jacques Lafaye, resulta llamativo cómo “el que fu era alumno del papa Adriano no leyera El príncipe cristiano que le había dedicado Erasmo, sino El prín­ cipe cínico, del floren tin o ”, J. LAFAYE, Sangrientas fiestas del Renacimiento. La era de Carlos Vy Solimán el Magnífico (1500-1557), México, Fondo de Cultura Econó­ mica, 1999, 83. Otro de los libros de cabecera del Emperador fue El cortesano , de Baltasar Castiglione, del que le fue obsequiado un ejemplar de la primera edición, cf. P. BURKE, Los avatares de El cortesano. Lecturas y lectores de un texto clave del espíritu renacentista, Barcelona, Gedisa, 1998, 190. También se hallará un ejemplar de El Príncipe entre los libros que acompañaron a Hitler durante sus últimos días en 328 NAT. GRACIA LVIII 2/mayo-agosto, 2011, 323-381, ISSN: 0470-3790

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