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FERNANDO BENITO MARTÍN Medio siglo más tarde que Ortega, a punto de concluir la Guerra Fría, aún aludiría Norbert Elias, ya en 1985, al concepto de desarme ideológico para referirse a la necesaria reducción de la violencia re tórica en ambos lados como el único modo de evitar una confron tación armada, que entonces hubiera sido de carácter nuclear38. Se cuestionaba, entonces, no sobre si era posible o no llevar a cabo dicho cambio, sino “si este cambio de actitud, el comedimiento de los Estados en sus relaciones mutuas, es posible sin la trágica expe riencia de una guerra” 39. No era nada baladí la apreciación, pues precisamente de la guerra había surgido el principal acontecimiento histórico de los últimos cuarenta años: la constitución de la entonces Comunidad Económica Europea ( cee ), hoy ya Unión Europea ( ue ). En este sentido, no deja de resultar paradójico cómo, pese a encon trarse luchando entre sí por la hegemonía durante siglos, ninguno de los Estados europeos había conseguido hacia 1939 unificar al conti nente de un modo sólido y duradero40. Y en 1945 la situación había vuelto a repetirse una vez más, si bien en esta ocasión los estragos habían desbordado todas las previsiones. Probablemente era enton ces el momento de poner en práctica de una manera positiva (y no únicamente para contrarrestar bélicamente al enemigo, como hiciera 38 N. ELIAS, H umana conditio, O. c., 165. 39 Ib., 165. 40 El propio Norbert Elias explica el hecho de la siguiente manera: “ Ingla terra ocupó, en efecto, una posición especial en este temible juego de las luchas hegemónicas europeas. Los ingleses no buscaron nunca desde su isla la suprema cía sobre Europa y tampoco estaban en situación de lograrla. Se consagraron en cambio a la fam osa política de equilibrio de fuerzas que al principio se impuso a los diversos estadistas ingleses, y fina lm en te se convirtió en una especie de principio teórico. Inglaterra consideraba de vital interés impedir, p o r medios diplomáticos y, en caso necesario, militares, que una sola potencia del continente alcanzase la hegemonía sobre todos los demás Estados. Por ello se alió siempre una y otra vez con la correspondiente segunda potencia, a fin de evitar que el aspirante de turno a la hegemonía venciera a la mayoría de los otros Estados del continente y llevara a cabo su unificación forzada. Y de este modo, para poner la oración por pasiva, no se llegó nunca a una unificación de Europa. Esta fu e una de las razones más importantes de que Europa no se unificara por la fu e rza ni bajo la hegemonía de Francia, ni, más tarde, de A lem ania”, N. ELIAS, H um ana conditio, O. c., 40. 338 NAT. GRACIA LVIII 2/mayo-agosto, 2011, 323-381, ISSN: 0470-3790
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