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ILDEFONSO MURILLO nos y otros infieles la pía verdad de la fe católica que está en Cristo” (yC 47, n.7). En los proyectos misioneros, que propuso o protagonizó a lo largo de su vida, da una gran importancia a ese aprendizaje. Félix, el protagonista de uno de sus relatos, pregunta a un ermi­ taño cómo podrían destruirse los errores que persiguen y oprimen a la Iglesia. El ermitaño le responde: “Hijo, un hombre que había trabajado mucho tiempo en utilidad de la Iglesia fue a París y dijo al rey de Francia y a la Universidad de aquella ciudad que sería muy conveniente el que en ella se estableciesen monasterios donde se aprendiesen los distintos idiomas de que usan los infieles, y que en ellos se tradujese el Arte demostrativa, y que con ella traducidafuesen a los tártaros y a otras naciones bárbaras; y que, de cualquier modo, se hiciesen venir a París algunos hombres de aquellas mismas nacio­ nes, para que aprendiesen el uso de nuestras letras e idiomas, y que después fuesen a sus tierras a enseñar lo que habían aprendido. Y, habiendo pedido aquel hombre al rey y a la Universidad todas estas cosas y otras muchas, y sobre todo el que la Santa Sede lo autorizase y ayudase para ello, porque así fuese permanente tan santa obra, no lo pudo conseguir, no obstante haberles manifestado el que por entonces no había otro medio, en lo humano, de que se exaltase la fe y se destruyese el error, pues convencidos y convertidos los tártaros y otras numerosas naciones de aquellaspartes, serían luego vencidos y convertidos los sarracenos y moros, mayormente si se les ayuda con la predicación y el ejemplo del martirio” (FM 891-892). Advertimos el papel mediador que atribuye al lenguaje en la promoción de su empresa misionera. Otros muchos textos insisten en esto mismo. Valora el diálogo y los recursos espirituales, más que la fuerza o la violencia física, como medio para ayudar a las gentes a descubrir la verdad sobre Dios y sobre el hombre, para convertir a los infieles y recuperar la Tierra Santa, pues considera que este camino es más rápido, amigable y acorde con la caridad. Incluso piensa que las armas espirituales del diálogo y la discusión intelectual son más efi­ caces que las corporales. De todos modos no deja de ser un hombre medieval, por lo que no excluye la guerra para la conquista de la Tierra Santa (cf. VC nn. 42 y 44, pp. 74 y 76). 142 NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 135-175, ISSN: 0470-3790

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