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DIOS Y EL HOMBRE EN RAIMUNDO LULIO Su modelo humano contrasta con el hombre actual. Hoy cuesta creer, ver la imagen de Dios en la Naturaleza, en el hombre. Lulio hace filosofía desde una situación creyente como san Agustín, san Anselmo, san Buenaventura y santo Tomás o Maimónides y Avicena. Le parecían evidentes las huellas y la imagen de Dios en la natu­ raleza y en el hombre. Nos puede venir bien, por esto, recordar su actitud creyente, su franciscanismo Mi exploración del pensamiento de Lulio en este artículo po­ dría resumirse en la respuesta a cinco preguntas: ¿Cómo hablar de Dios? ¿Cómo hablar del hombre? ¿Qué es Dios? ¿Qué es el hombre? ¿Cómo hay que concebir las relaciones del hombre con Dios? No he pretendido hacer una presentación de toda la teología y toda la antropología o psicología de Lulio. Mis objetivos han sido más mo­ destos: introducir al mundo luliano del pensamiento y del lenguaje sobre Dios y el hombre. ¿Qué significan la palabra Dios y la palabra hombre en Lulio? La investigación de su significado tiene relación con las cosas. El lenguaje no es un mero juego. Los significados de nuestras palabras, organizadas en juicios y demostraciones, nos conducen a la realidad Me he acercado a Lulio desde algunas preguntas fundamenta­ les que hoy nos seguimos haciendo sobre Dios y sobre el hombre: ¿Podemos conocer a Dios? ¿Han cerrado definitivamente los avances científico-técnicos nuestra posibilidad de percibir las huellas de Dios en la naturaleza y en la cultura, en el hombre? ¿Puede seguir siendo considerado el hombre como un microcosmos que nos permite ac­ ceder al Dios trascendente e inmanente, al Dios trino y encarnado del Cristianismo? He consultado a algunos de sus intérpretes, pero, sobre todo, he tratado de leer sus textos desde nuestra situación intelectual, en un mundo donde la razón parece que no puede decir nada seguro sobre Dios y el hombre. En muchos reina hoy un cierto pesimismo acerca de las posibilidades de nuestra razón. Se confía desesperadamente, con frecuencia, en la razón científica, aunque somos ya muy cons­ cientes de que ella no nos puede proporcionar ni la eterna juventud ni el paraíso en la tierra. Por otra parte la incomprensión fundamen­ tal, que algunos manifiestan, de los “modos analógico-simbólicos del NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 135-175, ISSN: 0470-3790 171

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