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DIOS Y EL HOMBRE EN RAIMUNDO LULIO Al hablar del hombre, en algunos casos, emplea un lenguaje que puede resultarnos paradójico. Nos dice que en el hombre hay cinco naturalezas y cinco sustancias, pero que constituyen una sola natu­ raleza y una sola sustancia. Nos indica que en cada hombre su alma y su cuerpo son dos individuos según su esencia, pero por causa de la composición son sólo un individuo. Parece, a veces, establecer un tajante dualismo alma racional-cuerpo hasta el punto de que llega a afirmar que “el alma racional nada recibe de las potencias inferio­ res, porque es incorruptible y más simple que el sol y más noble en poder y virtud”, y, por eso, cuando se separa del cuerpo, al que da vida, mientras permanece unida a él, “vive en s í m isma d e sus prop ios actos, p a sion es y acciones, y tiene en s í vida esen cial y natural, en la qu e sustancial y naturalm ente existen el vivificativo, vivificable y vivificar, los cuales viven d e la viva y espiritual bondad, g randeza, etc., sin corrupción y sin indigencia d e alguna cosa ex terior” (AD 86 - 87 ). Otras veces, reconoce que el entendimiento, a través de la imaginación, es ayudado por las potencias inferiores (cf. AD 89 - 91 ). Las tres facultades principales del hombre son la memoria, el entendimiento y la voluntad. Esta doctrina hace del hombre, en sen­ tido más propio que otras criaturas, imagen de Dios (agustinismo). En algunos textos parece que habla el mismo san Agustín en su tratado De Trinitate. El que podamos reconocer la imagen de la Tri­ nidad divina en todo el mundo creado no excluye el descubrimiento de distintos grados de semejanzas divinas. Especialmente brilla la imagen de Dios en el hombre. Pero el hombre no sólo manifiesta o simboliza a Dios más per­ fectamente que todas las otras criaturas del mundo sensible. Por su naturaleza racional es lugar de alabanza del mundo creado a Dios. Todo el universo ha sido creado para que en el hombre alabe a Dios. Pues, en este mundo, sólo el hombre, por su peculiar naturaleza, es capaz de entender, amar, recordar, servir y honrar a Dios. Es la ra­ zón, además, por la que todas las cosas corporales han sido creadas para nuestro servicio, de modo que tenemos derecho a actuar sobre los metales, piedras, plantas y brutos, para que con todas ellas sirva­ mos, bendigamos y alabemos a Dios, y adquiramos méritos para la gloria eterna. Se lamenta de que las gentes teman tan poco perder a NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 135-175, ISSN: 0470-3790 169

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