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PABLO GARCÍA CASTILLO La inefable majestad divina resulta inalcanzable para la vista y el entendimiento del hombre, al menos cara a cara. A Dios nadie le ha visto, pero el alma humana vuela sin cesar en busca de su infinita belleza. Y, en esa búsqueda, descubre la espalda divina, es decir, siente el irrefrenable deseo de seguir a Dios, de imitar su bondad y belleza y se siente impulsada a hacerse semejante a él, porque lleva en sí misma la efigie divina y el deseo de anhelar lo infinito. Es, pue­ de decirse, un anticipo de la visión gloriosa, pues quien aprende a contemplar lo divino en el interior de su alma casi alcanza la visión beatífica. Por tanto, la ascensión mística del alma, según el lenguaje sim­ bólico del niseno, consiste en recorrer las tres etapas de la vida interior: la purificación para contemplar la zarza ardiente, la ilumina­ ción propiciada por la nube que impide el deslumbramiento del sol abrasador y la visión de la espalda de Dios, rodeada por el cerco de tinieblas, en el que se ve obligada a reconocer su no saber sobre la infinitud divina, pero sintiendo el deseo de proseguir el camino que marca la belleza divina. Así lo recoge el comentario de san Gregorio: “En esto consiste precisamente ver a Dios, en que crezca cada vez más el deseo de verle. Debemos, pues, al mirar lo que podemos ver, encender siempre el deseo de ver más. De este modo no habrá límite que impida acelerar la subida hasta Dios, pues no hay limitación alguna p a ra el bien. El deseo del bien, p o r eso mismo, nunca tiene límite en cualquier satisfacción ” 39. En esta interpretación alegórica de la subida de Moisés a la montaña para ver a Dios se halla el fundamento del lenguaje místico sobre el divino rayo de tinieblas que alcanzó su expresión definitiva en la obra del Pseudo Dionisio y que fue recogido posteriormente en los místicos cristianos. Fue san Gregorio de Nisa quien le dio forma y contenido a esta singular metáfora de la noche y las tinieblas para simbolizar ese deseo insaciable del alma que sale en busca de su amado y recorre la ciudad y el cielo entero para atisbar, en un cerco de tinieblas, la espalda de Dios. 39 Ib. II, 239. 124 NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 105-134, ISSN: 0470-3790

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