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EL DIVINO RAYO DE TINIEBLAS lo semejante y la luz forma parte de la propia naturaleza del ojo del alma, que ha sido hecha a imagen y semejanza de la luz divina. Las deficiencias de la razón humana son compensadas por la presencia de lo divino en el alma humana, pero ni siquiera, por ello, puede la inteligencia humana alcanzar a entender lo incomprensible de Dios. Esto sólo se ve en un cerco de tinieblas. Ciertamente, como ya afirmó san Pablo, lo invisible de Dios se puede percibir por las cosas que ha hecho37, del mismo modo que es posible ver al creador de una obra de arte por el sello inconfundible que ha dejado en ella. Pero no se alcanza a conocer la naturaleza misma del artista, ni se comprende la esencia divina por el orden del universo. Sólo se obtiene de ello un conocimiento por analogía. El hombre, según san Gregorio, alcanza a vislumbrar la imagen de la naturaleza divina sólo en su propia belleza interior, si ha lo­ grado purificar su alma de toda mancha. En ese fondo del alma, el hombre descubre su deseo de ver a Dios, como Moisés, tras las teo- fanías, pidió ver el rostro de Dios. Así debe mantenerse el alma, en una búsqueda incesante, en un permanente estado de vigilia, como la amada busca al amado, clamando tras él. El relato del niseno lo describe con enorme belleza: “Dios se ha dejado ver del hombre en muchas teofanías, apare- ciéndosele “cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Éx 3 3 ,1 1 )- Habiendo llegado a tal punto, ¿por qué el hombre pide a Dios que se le manifieste, como si no se le hubiera aparecido aquel que no deja de manifestarse? Parecería que Moisés no hubiera alcanzado lo que la Escritura testifica que había conseguido ya. La voz de lo alto concede lo que sepide. No le niega esta gracia, pero le deja insatisfecho cuando le hace entender que pretende algo inasequible a la natura­ leza humana. Además, Dios le dice que hay “un lugar junto a él”, y allí una roca que tiene una hendidura (Éx 3 3 ,2 1 -2 3 ) donde Moisés debe entrarpor mandato divino. Dios tapó con su mano la boca de la cueva y al pasar llamó a Moisés. Éste salió entonces y vio de espaldas a aquel que le llamó. De este modo Moisés pensó que había visto lo que buscaba, cumpliéndose la promesa que había hecho la voz divina ” 38. 37 Rom I, 20. 38 SAN GREGORIO DE NISA, Vida d e Moisés II, 219-220. NAT. GRACIA LVIII 1/eneroabril, 2011, 105-134, ISSN: 0470-3790 123

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