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EL DIVINO RAYO DE TINIEBLAS Generalmente suele interpretarse que cada una de estas etapas corresponde a un estado interior concreto y separado de los demás, es decir, la zarza sería el símbolo de la vía purgativa, la nube de la vía iluminativa y la tiniebla de la vía unitiva. No siempre se advierte esta separación en los comentarios del niseno. Más bien hay que entender los tres símbolos como expresiones de estados interiores que se hallan en constante comunicación e intercambio, pues la pu­ rificación no es posible sin la iluminación y la unión es imposible sin que el alma se halle purificada e iluminada. Para alcanzar cada estado interior san Gregorio escribe un comentario diferente, pues cada etapa de la vida tiene sus propias características y cada estado del alma requiere su propio lenguaje. La primera etapa del alma es como su infancia, la segunda su juventud y la última es la madurez. Para llegar a la vida virtuosa y purificarse de las tentaciones del pla­ cer sensible, propio de la niñez, escribe el niseno su Comentario a los Proverbios , pues en este texto sapiencial se halla la enseñanza de unos padres a su hijo, aún de tierna edad, al que se dirigen con aquellas palabras que dicen: “Escucha, hijo mío, las instrucciones d e tu p a d r e y no rechaces la en señ an za d e tu m a d r e ’*1. La zarza ardiente es sin duda la alegoría de la vida virtuosa, de la purificación de la mancha del espejo que ha de reflejar la imagen divina. Aunque puede parecer el símbolo de la iluminación, es ante todo la alegoría de la purificación del alma para alcanzar a ver la luz. He aquí un breve comentario del niseno a este símbolo: “La vida virtuosa nos lleva al conocimiento de esta luz que se ha puesto a nuestro nivel por su naturaleza humana. No es que provenga de los astros su fulgor, pues podríamos imaginarlo mero producto de la materia. Tiene su origen en una simple zarza de la tierra, y sin embargo supera con mucho el brillo de los astros de los cielos... Esta luz ante todo nos enseña lo que debemos hacer para mantenernos bajo los rayos de la luz verdadera. Pies calzados no pueden subir a la altura donde se ve la luz de la verdad. Hay que descalzar los pies del alma, despojarnos de las pieles terrenales con que nuestra naturaleza se vistió al principio cuando nos hallábamos desnudos por no cumplir 27 Prov 1,8. NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 105-134, ISSN: 0470-3790 117

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