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LA TEOLOGÍA CATÓLICA ABANDONA LA TEORÍA DEL LIMBO la pervivencia nostálgica, la ‘saudade’ del paraíso perdido para los adultos; pero que se conservaba en la memoria profunda de la espe­ cie humana y que se trasfería a los niños que mueren sin bautismo. Inocentes y felices como los hombres originarios de tantos mitos de tan diversas culturas. Algunos teólogos de siglos pasados pensaban que tales niños, después de juicio final, morarían en el planeta tierra totalmente renovado, a estilo del paraíso terrenal de la mitología cristiana. Por otra parte, ya con una cierta connotación humorística se de­ cía, en el lenguaje coloquial, que el ‘estar en el limbo’, era una expre­ sión sinónima de estar alelado, estar en la inopia, estar como ausente de un tema y conversación determinada. Como si los moradores del limbo no tuviesen conciencia de dónde están, ni por qué están y para qué están en semejante situación, ni lo que tienen hacer allí. La TCI ha eliminado la figura teológica del limbo. Pero es pro­ bable que el ‘mito del limbo’ de los niños siga vigente en la cultura popular y en el hablar de cada día, por tiempo indefinido Aunque así fuese, el hecho sería inofensivo, sin importancia para la teología El documento de la CTI ofrece datos sobre el contexto teológico en el que surgió la figura del limbo. Ésta surgió como un subproduc­ to de la teoría del pecado original. Y era presentada como medio seguro e indispensable para evitar las terribles consecuencias que la teoría del pecado original, interna y lógicamente, lleva consigo respecto a los niños muertos sin bautismo: la privación del cielo y condenación al infierno. Dicho esto, parece oportuno mencionar al menos el contexto vivencial en el que surgió la teoría del limbo. Tiene interés para el estudio del tema que hoy mismo pueda hacerse. Los defensores de la teoría del pecado original, Agustín de Hipona y sus seguidores, razonando según la ley de la pura y dura lógica racional (que proce­ de ‘según la aridez del puro razonar’ ( secundum ariditatem rationis , que diría san Buenaventura) a la luz de esta pura razón lógica, no sabían evitar que tales niños no bautizados fuesen excluidos del cielo y condenados al infierno. NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 67-102, ISSN: 0470-3790 71

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