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ALEJANDRO DE V1LLAMONTE Si se mantiene la teoría del pecado original, queda sólo la mera, abstracta posibilidad de que las temibles consecuencias de tal peca­ do, no se cumplan por especial intervención de Dios. Pero siempre queda el temor de que el inicial decreto de condenación pueda efec­ tivamente cumplirse. Con la pura y mera esperanza en la posibilidad de salvación para estos niños no sé si la gente cristiana puede quedar tranquila sobre la suerte eterna de ellos. Sería de desear que la teología católica saliese, de una vez por todas, del zarzal de problemas y angustias en que, durante 15 siglos, se ha metido con su creencia de que los niños nacen en pecado original. Si se sigue manteniendo esta tesis no se ve que haya algo positivo que decir sobre su salvación de los niños en cuestión. Hay que remitir la respuesta al campo de las infinitas posibilidades de actuación que la gracia de Dios sin duda tiene. Y resignarse a que los cristianos interesados en una respuesta, divaguen sin descanso por los campos infinitos de los infinitos mundos posibles existentes en la mente y en la voluntad de Dios. 102 NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 67-102, ISSN: 0470-3790

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