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FELIPE FERNÁNDEZ RAMOS puedan contemplar su gloria, disfrutando al ver en él la plenitud de la divinidad (que eso es la gloria -doxa), que ahora sólo puede ser intuida muy imperfectamente; para estar en el “lugar” donde él se encuentra, gozando de una vida de comunión con el Resucitado, más allá de la muerte. e) La perfección en el amor no significa absorción de la per­ sonalidad, sino prom oción d e la m isma hasta el límite d e lo p o sib le ; junto al “yo”, liberado de sus ambiciones egoístas, vivirá el “tú” con idéntica generosidad; el yo y el tú descubrirán y vivirán la relación de máxima intimidad con Dios, gracias a la plena revelación de Dios en ellos; se gozarán con un Dios que les quiere navegando en el be­ llo e infinito mar de su amor sin convertirlos en gotas inconscientes de un movimiento eterno de flujo y reflujo. La despedida de Jesús tiene un pleno sentido soteriológico- salvador en el re-encuentro, en la comunión de vida más perfecta, permanente, y sin ninguna clase de condicionamientos, que Cristo ha prometido a los creyentes. Si él se va de entre los suyos, es para preparar un encuentro de distinta naturaleza al que hasta ahora ha mantenido con ellos: una vida de comunión mutua a salvo de toda imprevisible contingencia (Jn 14,2-3 )• Cierto que “los suyos” han visto ya su g loria (Jn 1,14), pero esta visión fugaz y transitoria de la gloria apunta y exige la visión permanente y el disfrute sin límites de la misma. La frase central para la comprensión de la escatología joánica es la siguiente: “Quiero qu e d on d e esté yo, estén también ellos conm igo p a r a qu e vean mi g lo r ia ” (Jn 17,24). Esta visión de la gloria es idéntica y, al mismo tiempo, distinta de la afirmada en el prólogo (Jn 1,14). La cita anterior (Jn 17,24) nos sitúa en el futuro mismo de la fe. Pero no utiliza ni el lenguaje ni las esperanzas mesiánico-apocalípti- cas que cuentan con la exaltación de Sión. No estamos ante el triunfo mesiánico-apocalíptico de las doce tribus de Israel, que tendría lugar cuando el Hijo del hombre viniese sobre las nubes del cielo. Lo que aquí se promete y espera es la visión fu tu ra del Revelador m ás allá d e la existencia terreno-corporal d e los creyentes. El interrogante so­ bre lo que el creyente debe esperar del futuro, el evangelio de Juan lo contesta así: el creyente no debe esperar del futuro algo distinto 12 NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 7-66, ISSN: 0470-3790

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