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FELIPE FERNÁNDEZ RAMOS de las potencias que le confiere el libre albedrío del que ha sido dotado. La divinidad sufre y goza con el sufrimiento y el gozo de sus criaturas, pero no puede hacer más de lo que hace: enviarnos a su Primogénito y asistirnos con su Espíritu, cuando con humildad lo solicitamos. ¡Pedid y se os dará!, nos afirmó Jesús (Mt 7,7-8). No se refería a bienes materiales, sino a soportes espirituales. ¿Cómo iba a ser de otra forma? Pero no nos han enseñado a inter­ pretar debidamente sus mensajes y, por ejemplo, aún se colocan y se consideran normales en los templos los ciriales para que las inocen­ tes madres de familia ofrezcan una vela, y una limosna al Santísimo, o a cualquier santo de segunda clase, para que sus hijos aprueben los exámenes, o para que les “toque” la lotería. ¡Inaudito! En nuestros días, gran parte de nuestra clerecía mantiene y fomenta costumbres medievales, seguida por una grey ignorante y entontecida a fuerza de pedir a dios que “no esté eternamente enojado” con nosotros. Dios no está eternamente enojado por dos razones: primera porque es amor y, por serlo, no puede enojarse. La segunda, que es la misma que la que acabamos de mencionar, la formulamos de manera distin­ ta: Dios no se enfada nunca. De lo contrario no sería nuestro Dios. Nuestro símbolo de fe, el Credo, que rezamos, al menos, todos los domingos, sigue presentándonos a un Jesús que “bajó” a los in­ fiernos, “subió” al cielo, y está sentado a la “derecha” del Padre etc. ¿No se trata, más que de una confesión de fe, de una declaración de antropomorfismo ? ¿Desde cuándo el Padre (masculino, como no podía ser de otra manera), tiene “derecha”? Además, si sentó a Jesús a su diestra, Él se quedó en la izquierda, que es el lugar reservado para los cabritos... como lo expresó Mt 25,33- ¿Hasta cuándo, Señor, nuestros rectores nos van a obligar a estar anclados en los concilios de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia, celebrados en los si­ glos IV y V. ¿Por qué no explican bien nuestros curas y anunciadores de la Palabra que todas estas expresiones de fe son símbolos pre- medievales y, en lugar de hacerlo, permiten que los fieles sigan asu­ miéndoles literalmente y como papagayos sin entender nunca lo que han repetido siempre? ¿Para qué se habla de la inculturación, cuando seguimos siendo epígonos o repetidores de herencias del pasado? 46 NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 7-66, ISSN: 0470-3790

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