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LA VIDA PRESENTE Y LA FUTURA y a la muerte del “hombre viejo” (el dominado por los instintos y concupiscencias); al cumplimiento del designio o del plan divino que nos ha ordenado a “estar muertos al pecado”; a “vivir para Dios como quien está muerto al pecado; a “no vivir según la carne (con la que se designa lo anti-divino), que lleva a la muerte; a “hu ir d e todo aqu ello qu e p rov o ca la ira d iv ina ” (Rom 6,11.13; 8,13; Col 3,5). b) La vida eterna no es con tinu idad d e la tem poral Esto sig­ nificaría inmortalidad, no vida eterna. Lo opuesto a la vida eterna no es la vida temporal, sino la muerte eterna. Ésta es consecuencia del señorío del pecado (considerado como poder anti-divino perso­ nificado). La vida eterna es el don d e Dios regalado en Cristo (Rom 6,22-23): “Mas ahora, libres d el p e c a d o y esclavos d e Dios, tenéis com o fru to la san tidad ; y el fin , la vida eterna. Porque la muerte es el sueldo d el p eca d o , p e r o el don d e Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro”', el pensamiento se desarrolla a lo largo de todo el capítulo citado y, en general, en la exposición del pensamiento paulino. Durante nuestra vida terrena, el “morir al hombre viejo” no al­ canza nunca la finalidad intentada. El anhelo, el deseo e incluso el intento de verse libre del “hombre viejo”, de la forma terrena del hombre con sus apetencias y concupiscencias, se cumple plenamen­ te en la muerte corporal. Ella cumple la promesa que Cristo selló para cada uno en el bautismo. La muerte lleva al creyente a la liber­ tad d e los hijos d e Dios. Ella traslada a los cristianos desde la lejanía de Cristo en la existencia terrena a la vida plena en Él: uP or am b a s p artes m e siento coaccion ado, porque, p o r un lado, deseo m orir p a r a estar con Cristo, qu e es con mucho lo mejor...” (Flp 1,23). “Así esta­ mos siempre confiados, p ersu ad id os d e qu e mientras m oramos en este cuerpo estamos ausentes d el Señor, p o rqu e cam in am os en f e y no en visión” (2Co 5,6ss). Cierto que esto no lo puede la muerte por sí misma. Sólo en la fe en el evangelio reconoce el cristiano que el “no” de Dios, tal como el creyente lo experimenta en la muerte, en realidad coincide con el “sí” de su voluntad salvadora. El juicio de la muerte está al servicio de la creación del hombre nuevo. Dicho de otro modo: el “no” de NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 7-66, ISSN: 0470-3790 9

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