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FELIPE FERNÁNDEZ RAMOS y vuestra vida está escond ida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, también vosotros apareceréis jun tam en te con Él revestidos d e g lo r ia ’' (<Col 3,1-4). I) La plena liberación de la que nos hablan los textos paulinos y los joánicos suponen la acción última d e Dios que, en nuestra muerte, termina con una forma de vida incapaz de permanecer para siempre e inicia otra que tiene todas las virtualidades necesarias para permanecer para siempre. Sólo la intervención última de Dios en nuestra historia es c a p a z d e liberarla d el señorío del p ecad o . Y sólo la intervención de Dios en nuestra vida es c a p a z d e h a c e r qu e nuestra san tificación a lc an c e p len am en te su fin a lid a d liberándola de todo tipo de mixtificación pecaminosa. Esta doble liberación es la que lleva a los creyentes a la vida eterna. II) En la valoración de la existencia escatológica cristiana tal vez hayamos insistido excesivamente, al menos en las últimas considera ciones, en la meta final. Para terminar se hace necesario acentuar la conexión entre el futuro y el presente. Durante el momento presente, a imitación del Maestro, se nos exige la alerta permanente y la lucha constante por la promoción de la humanidad; contra los poderes anti-divinos rectores de la historia: el materialismo, el ateísmo, la idolatría de las personas y de las cosas; para lograr los frutos del Espíritu como son “la ca ridad , el gozo, la paz , la longan im idad, la ben ign idad, la bondad , la fe, el au to-con trol” (Gal 5,22-23 ). Las seriedad de nuestra acción y el ejercicio de nuestra respon sabilidad a pesar de nuestras limitaciones y decepciones; el cuidado de nuestro cuerpo, cuya “corporeidad” será transfigurada (Flp 3,2Í)\ la esperanza de unos cielos nuevos y una tierra nueva (2Pe 3,13) -d e una renovación total, que eso es lo que quiere manifestar la expresión apocalíptica “cielos nuevos y tierra nueva”- en lugar de paralizarnos debe estimular nuestro esfuerzo para que todo ello se convierta en realidad. Dios nunca regala al hombre aquello que el hombre está obligado a hacer. La consecución de un mundo mejor y de una Iglesia mejor nos hace tomar conciencia de las tremendas limitaciones de ambas insti tuciones; nos impiden instalarnos en la comodidad que ellas pueden proporcionarnos y nos obligan a luchar con valentía sin pensar en 32 NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 7-66, ISSN: 0470-3790
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