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FELIPE FERNÁNDEZ RAMOS pasado sigue anclada en el pasado. Sigue muerto en aquel momento y la muerte no le ha servido de motor para seguir caminando en la vida. El hombre dejó de ser un ser para la muerte. Sencillamente está muerto. Cuando afirmamos que la muerte es despedida, la estamos atri­ buyendo un papel que, en realidad, corresponde a la vida. Es ésta la que es una despedida constante. Dejamos unas cosas por otras, unos libros por otros, las máquinas de escribir por los ordenado­ res, los aperos rudimentarios para realizar paulatina y penosamente la cosecha por grandes cosechadoras admirablemente cómodas, el trato amistoso y permanente por destellos difícilmente humanos y egoístas... En los últimos 50 ó 60 años han ocurrido más sucesos tras­ cendentales que en los otros dos millones de vida del hombre. Baste pensar en la velocidad con la que hoy nos trasladamos y nos comu­ nicamos con el mundo entero: la visión que tenemos de los sucesos ocurridos en el mundo en el mismo momento en que acontecen. No hay distancias. Es preciso pensar en los cambios ocurridos en la historia, en las ciencias, en la medicina, en la cirugía, en la astrología y ¡ojalá en la teología! La vida se nos escapa, sustrayendo de debajo de nosotros, pues la arena en que se apoyaban y de la que esperábamos una consis­ tencia inquebrantable. La seguridad nos la da la muerte. Ella sigue moviendo nuestra vida hacia los dioses, hacia la Infinitud, hacia la Vida eterna. A estas realidades se llega por la “iniciación” que nos proporciona la muerte. Naturalmente que no sólo ella. Existen otros dos mediadores importantes que son las personas especializadas: el sacerdote, el brujo, el chamán... Todo aquello que en el corazón del hombre es una vibración, que le pone en contacto con algo que es inmensamente mayor que él y que está dentro de él. Y esto se llama presencia de Dios en la vida , y lo percibe el sabio por la inteligencia y el hombre honrado por la honradez; si se juntan ambas cualidades, es lo ideal. Y pueden juntarse, que es lo que se hace en la iniciación. g) La segunda de las dos posibilidades apuntadas en la letra e) nos es conocida y medida desde Cristo y desde el evangelio, que nos presenta a Cristo como el final del Mesías. La importancia incalcula­ ble de esta consideración nos lleva a la especificidad particularísima 28 NAT. GRACIA LVIII 1/eneroabril, 2011, 7-66, ISSN: 0470-3790

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