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LA VIDA PRESENTE Y LA FUTURA amistad divina. Pecaron y no murieron. Por tanto, no se trataba de la muerte física. Pues bien, considerada la muerte a la luz de la gracia salvadora de Dios, se convierte, no en la separación del alma y del cuerpo, sino en el alejamiento de una vida inseparablemente unida al pecado, que comporta una obediencia quebradiza frente a Dios. La forma de vida cristiana previa a la muerte se mueve siempre entre la fe y la infidelidad. En ella no se realiza una santificación plena ni una comunión perfectas en el amor como ocurre en la vida eterna. La transición a una existencia “más allá del tiempo” es algo así como el paso de fron tera al “lugar” en el que no encontraremos nada que declarar en contra de nuestra nueva vida. La adhesión a Cristo mediante la fe, la aceptación santificado- ra del evangelio, inicia en el creyente una total “ muerte a l hombre viejo” (Rom 6,3ss; Col 33,3)] una guerra incesante frente a todo lo anti-divino, que quiere convertirse en principio determinante de la existencia humana; sacar al hombre del ámbito de la gracia e intro­ ducirlo en el del pecado; hacer que la propuesta divina de hacer un hombre nuevo fracase y que siga adelante “el hombre viejo”. El paso de la frontera significa la superación de estas contradicciones entre el “hombre nuevo y el viejo” que son inevitables mientras vivimos la vida terrena, antes de pasar la mencionada frontera. La vida de los cristianos está centrada en el “sí” constantemente renovado a la situación en la que hemos sido colocados por Cristo en la muerte; en la entrega incesantemente ordenada a la superación y la muerte del “hombre viejo”; al cumplimiento del designio divino que nos ha ordenado “estar muertos al pecado”, a “vivir p a ra Dios como quien está muerto a l p ecad o ” a “no vivir según la carne, que lleva a la muerte ” a “huir de todo aquello que provoca la ira divina ” (Rom 6,11.13; 8,13; Col 3,5). Durante nuestra vida terrena, este morir no alcanza la finalidad intentada. El anhelo, el deseo e incluso el intento de verse libre del “hombre viejo”, de la forma terrena del Hombre con sus apetencias y concupiscencias, se cumple plenamente en la muerte corporal. Ella cumple la promesa que Cristo selló para cada uno en el bautismo. La muerte lleva al creyente a la libertad de los hijos de Dios. Ella trasla- NAT. GRACIA LVIII 1/enero-abril, 2011, 7-66, ISSN: 0470-3790 19

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