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EL MISTERIO DEL SOBRENATURAL A LA LUZ DE LA ‘CONTINGENCIA SINCRÓNICA’ que llegue hasta el cielo (Gn 11,17). Textos de Daniel hablan de esas pretensiones humanas: “El rey a c tu a r á a p lacer; se engreirá y se exaltará p o r en cim a d e todos los dioses, y contra el Dios d e los dioses p ro ferirá cosas in au d ita s ” (Dn 11,36). “P lan tará sus tiendas reales entre el m a r y el san to monte d e la Tierra d el Esplendor Entonces llegará a su fin y n ad ie vendrá en su ayu d a ” (Dn 11,45). La idea de rebajar a Dios al nivel del hombre la ridiculiza el mismo Yahvé en varias ocasiones: A Moisés, desconfiado de su capacidad de seguir el mandato de Yahvé, el Señor le hace saber la absoluta superioridad divina: “¿Quién h a d a d o a l h om bre la boca? ¿Quién h a c e a l mudo y a l sordo, a l qu e ve y a l ciego? ¿No soy yo, Yahveh?” (Ex 4,11). El canto triunfal después del paso del Mar Rojo lo reconoce: “¿Quién com o tú, Yahveh, en tre los dioses? ¿Quién com o tú, glorioso en santidad, te­ rrible en prodigios, au tor d e maravillas?” (Ex. 15,11). También a Ge- deón, desconfiado de sus fuerzas, le recuerda: “¿No soy y o el qu e te envía?» (Je 6,14). Ante la soberanía y pureza inmarcesible de Yahveh, se humillan consternados los profetas: «Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot: llena está toda la tierra d e su gloria» (Is 6,3). Ante esta gloria exclama Isaías: * ¡Ay d e mí, qu e estoy perd ido, pu es soy un hom bre d e labios impuros, y entre un pu eb lo d e labios impuros hab ito! ” (Is 6,5). Parecía lógico que, después de los pecados de infidelidad del pue­ blo, se temiera la justa ira de Yahveh. Se piensa en un Dios vengativo como el hombre. Era la lógica humana que aparecía como contraste en las palabras acusadoras de los profetas. Pero Dios se declara dis­ tinto del hombre: “No d a r é curso a l a rd o r d e mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, p o rqu e soy Dios, no hombre; en m edio d e ti y o soy el Santo, y no vendré con i r a ” (Os 11,9). Y, por ello, también en una actitud sobrehumana de misericordia. Así es como la historia de Israel incluye de modo paradigmático la historia de la humanidad: una especie de lucha de fuerza entre la obstinación del hombre en su rebeldía soberbia y la paciencia de Dios en la fidelidad a su pro­ pósito de acogida del hombre en su amistad. Una relación recíproca, pero misteriosamente desigual. El origen de la nada, el no tener derechos previos frente a Dios, hace que el hombre dependa radicalmente de Él en su existencia y en la consecución de su destino definitivo. La vida de Israel era espe- NAT. GRACIA LVII 3/septiembre-diciembre, 2010, 579-598, ISSN: 0470-3790 583

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