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EL MISTERIO DEL SOBRENATURAL A LA LUZ DE LA ‘CONTINGENCIA SINCRÓNICA’ lizado) que no sea tan miserable como el hombre sufriente y mortal. La modernidad ha enriquecido el tablero de dichos -bellos, profundos, tal vez blasfemos- de la supuesta divinidad. Nadie logra desprenderse de Dios, sea para afirmarlo, para negarlo, o para ponerle la estampi­ lla de ‘desconocido en este lugar’. O si se quiere, ‘desconocido, pero inquietante’. Pero ¿cuál es la historia del pensamiento humano, reflexivo y filosófico, sobre el Dios afirmado o negado? Los más antiguos, supe­ rando las simples representaciones míticas, trataron de encontrar un sentido más lógico de la realidad mundana. Síntesis de explicaciones alternativas se consideran las de dos filósofos griegos: Parménides y Heráclito. Entre los dos dejaron a la posteridad pensante la dialéctica de lo necesario (Parménides) frente al dinamismo de la vida (Herá­ clito). Pero con la absoluta necesidad del primer principio (Dios) y la contingencia fluyente e imparable de la experiencia diaria (el hombre), lograron una determinación neta del ‘status’ primordial de lo que se podría calificar como ‘complicado entramado de la razón (digamos metafísica) y la inseguridad de la vivencia experimental’. Después de ellos, las preferencias ideológicas se suceden vacilantes con alternativas no siempre precisas. Platón trata de hacer las paces: el absoluto se prodiga generosa­ mente en imágenes distintas que se proyectan en una multiplicidad de seres en el mundo inferior de la materia. Los movimientos de es­ tos seres serían la aspiración por reencontrar el ejemplar del que son réplicas deficientes. Una paz conflictiva, que Aristóteles hace defini­ tiva dejando al absoluto en su sitio inaccesible mientras las cosas di­ versificadas por su condición material se mueven y contrastan hacia su perfección relativa, que se mide por su tensión hacia el absoluto. Éste, sin embargo, es eternamente indiferente respecto de lo que pueda ocurrir en el mundo sublunar (si se preocupara, no sería ab­ soluto): Dos visiones, la platónica y la aristotélica, configurarán, de algún modo, las sucesivas corrientes del pensamiento greco-latino. Como principio y consecuencia, se está en una eterna inquietud, real o aparente, de un mundo encerrado en sí mismo, sin posibilidad de un corte radical entre lo necesario y lo contingente. Envuelto en su destino circular, no podía pensarse que algo o alguien perturbara NAT. GRACIA LVII 3/septiembre-diciembre, 2010, 579-598, ISSN: 0470-3790 581

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