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IGNACIO GARCÍA PEÑA sofos como Heráclito y Pitágoras se sirvieron también del aforismo como medio para comunicar su saber, probablemente por considerar que, de este modo, su pensamiento podría ser mejor transmitido y conservado; e incluso, muchos años después, el propio Epicuro ala­ ba la sencillez de las máximas, capaces de llegar a un gran número de personas y de ser comprendidas sin gran esfuerzo ni preparación, frente a las extensísimas y complejas construcciones filosóficas de Platón y Aristóteles. Lo destacable, obviamente, es el incuestionable vínculo entre este modo de expresión y una cultura en la que aún no existe la escritura. Y lo es especialmente por lo que se refiere a eso que tanto preocupó a Platón: la educación, la paideia , que es lo mismo que decir la enseñanza y el aprendizaje. De manera sucinta, hemos mencionado ya las que constituían las fuentes de conocimiento más importantes para los griegos de los siglos VII y VI a. C., que aún eran necesariamente analfabetos. Es cierto que ya existía la escritura, el alfabeto griego, pero su uso estaba restringido a la fijación de ciertas leyes y de inscripciones, generalmente funerarias o religiosas, siendo su difusión prácticamente inexistente. En realidad, casi nadie era ca­ paz de leer los textos de Homero y, por supuesto, se leían siempre en voz alta y ante un auditorio, lo cual se ha de señalar al individuo moderno, tan acostumbrado a la lectura solitaria y silenciosa, se­ mejante a la que está realizando al ojear estas líneas. Tal como nos explica con sutileza Havelock: 1 Esta conclusión resulta difícil de aceptar .; especialmentepara los eruditos de la palabra escrita, que están acostumbrados a operar con libros de referencia y con documentos, y a quienes se hace muy difícil concebir una cultura digna de tal nombre en que las cosas nofuncio­ nen de modo similar 3'11. Para entender en profundidad los cambios intelectuales que su­ puso la aparición de la escritura, hemos de remontarnos a una cultu­ ra que, en ciertos aspectos, muy poco tiene que ver con aquella en la que nos vemos inmersos desde nuestra temprana escolarización, 13 E. A. HAVELOCK, O. c., 51. 5 44 NAT. GRACIA LVII 3/septiembre-diciembre, 2010, 537-578.ISSN: 0470-3790

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