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IGNACIO GARCÍA PEÑA responde cuando le preguntamos. Además, y ahora más que nunca, la información se distribuye por doquier, sin atender a algo que ya se ha señalado y que sólo el contacto directo con otros individuos puede garantizar: lo escrito desconoce completamente las cualidades de las almas a las que se dirige, no sabiendo tampoco cuándo hablar y cuándo callar. Es natural, por lo tanto, que en la escritura y la tec nología haya gran parte de juego, en el sentido de que supone un magnífico entretenimiento, así como una herramienta enormemente válida cuando le asignamos el papel que le corresponde; pero, afir ma ahora Sócrates, “mucho más bello, creo yo, es el ocuparse de ellas en serio, cuando, haciendo uso del arte dialéctica, y una vez que se ha cogido un alma adecuada, se plantan y se siembran en ella discursos unidos al conocimiento; discursos capaces de defenderse a sí mismos y a su sembrador, que no son estériles, sino que tienen una simiente de la que en otros caracteres germinan otros discursos capaces de transmitir siempre esa semilla de un modo inmortal, haciendo feliz a su poseedor en el más alto grado que le es posible al hombre ”63. La metáfora fundamental de la que Platón quiere servirse para transmitir su pensamiento a este respecto es la de la actividad, la de la vida, porque el conocimiento no se transmite como un fruto ya acabado y madurado, sino como esa semilla que cada uno debe hacer germinar. “Fedro ha adivinado que el hombre que «sabe-, no es aquel que percibe, que acepta lo que llega de fuera, sino quien da vida y movi miento a lo que «cae» en él. Pensar es, pues, hacer germinar lo que está en el alma. Las palabras escritas sólo crecen en aquel que las incorpora en su propio tiempo, que traza con esas palabras nuevos senderos, que engarza nuevas ideas, que las siembra en otros. Ésta es la razón por la que ese otro discurso, más caudaloso que aquel de las letras, se califica de «vivo»y «animado»,64. Incluso en castellano, seguimos conservando los vocablos que expresan la misma idea que Platón en el anterior texto. Tanto una 63 PLATÓN, Fedro , 27óe-277a. 64 E. LLEDÓ, El surco del tiempo, Barcelona, Crítica, 1992, 123-124. 576 NAT. GRACIA LVII 3/septiembre-diciembre, 2010, 537-578,ISSN: 0470-3790
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