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IGNACIO GARCÍA PEÑA los que no son dignos de imitación para quien desee educarse en la verdadera virtud, así como imágenes de los dioses que convierten a los seres más excelsos en crueles y vengativos personajes semejantes a los de la experiencia humana, el filósofo conoce mejor que nadie la influencia de sus versos y disfruta de su innegable atractivo estéti­ co y de lo placentero de escuchar a quien los recita: “cuando topes, Glaucón, con panegiristas de Homero que digan que este poeta fue quien educó a Grecia y que, en lo que se refiere al gobierno y dirección de los asuntos humanos, es digno de que se le coja y se le estudie y conforme a su poesía se instituya lapropia vida, deberás besarlosy abrazarlos como a los mejores sujetos en su medida y reconocer también que Homero es el más poético y primero de los trágicos ”16. A pesar de lo cual el filósofo desea establecer sus propios patro­ nes pedagógicos y políticos, alejados de la repetición y la imitación que emplea la poesía. Esto que venimos diciendo nos conduce sin remedio hacia una breve pero fundamental obra para entender el pensamiento plató­ nico, al tiempo que constituye un valioso documento para la com­ prensión del clima cultural y pedagógico de la Grecia de finales del siglo V a. C : el Ion. Este personaje, que aparece en escena frente a Sócrates, es un rapsoda17, un recitador que deambulaba de ciudad en ciudad narrando las historias transmitidas por Homero. Posee la asombrosa capacidad de pronunciar una y otra vez los miles de ver- 16 PLATÓN, República , 606e-607a. Me sirvo de la siguiente edición: PLATÓN, La República , trad. de M. Femández-Galiano, Madrid, Alianza, 1988. 17 Como comenta Guthrie en su «nota sobre los rapsodas y los homéridas» (W. K. C. GUTHRIE, Historia de la filosofía griega, Madrid, Gredos, 1990, IV, 196- 197), el término rapsoda, que inicialmente servía para designar al poeta, creador y cosedor de los versos, se aplicó más adelante a los recitadores, que generalmente se servían de la poesía de Homero, que declamaban tanto en las ciudades como en los certámenes poéticos. En el caso particular del Ion platónico, el autor nos presenta a un personaje que, a diferencia de lo habitual, pretende interpretar los versos y hacer discursos, como sí hacían, los homéridas, pretendidos descendientes del gran poeta. El aedo (áoi5ó<¿), al menos según refiere el propio Homero, se caracteriza por decla­ mar sus propios versos. 546 NAT. GRACIA LVII 3/septiembre-diciembre, 2010, 537-578,ISSN: 0470-3790

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