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MANUEL LÁZARO PULIDO decir, los de una metodología fijada al peso de la sensibilidad y la lógica. La conciencia del hombre, de su existencia, de su capacidad de conocer y actuar puede, pues, rebasar los límites, si explicamos la mente más allá de la definición de la razón ensimismada. La ciencia nos proporciona principios de acción que nos llevan a una sabiduría de virtudes cardinales; pero el hombre conoce una trilogía de vir­ tudes como principios de acción que se dan en el hombre, aunque no nazcan de una ciencia reduccionista de la razón y que con el nombre de virtudes teologales: Fe, esperanza y caridad, se disponen al servicio de una amplitud del entendimiento de la expansión del mecanismo dinámico de la mente (n. 2). Una reflexión sobre el co­ nocimiento del objeto puro que podemos ver tematizado, desde una perspectiva filosófico-histórica, en el estudio de Camille Bérubé ya citado “De la théologie a laphilosophie ”. La Edad Media no desarrollará propiamente una teoría de la mente desde los postulados de la conciencia y el principio neurofisio- lógico de la acción; pero comparte problemas y anticipa soluciones que, más tarde, serán lugares de reflexión, y que, quizás, si hubieran sido analizadas desde la perspectiva de una apertura de miras a la propia capacidad humana, podrían aún ser soluciones universaliza- bles. El análisis de la acción humana, a través de la operación de la mente, no nace en san Buenaventura del calor de una taza de café o de la necesidad de poder comprender las disquisiciones propias que nacen de los enunciados “X realiza A”, sino de la vivencia auténtica y autentificada de la trascendencia, como principio de acción real en hombres concretos y estructuras sociales de fecundidad irrefutables. 534 NAT. GRACIA LVII 3/septiembre-diciembre, 2010, 499-534, ISSN: 0470-3790

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