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APORTACIÓN DE SAN BUENAVENTURA A UNA “FILOSOFÍA MEDIEVAL.. entendimiento íntimo de lo exterior (de comprensión del daturri) y de fruición y amor de la trascendencia de sí mismo (ya presente en la imagen y la eternidad de la propia memoria), es decir, del amor de lo que se conoce y, por lo tanto, espacio de transición de la intimidad con el donum. La memoria, por consiguiente, al retener los datos, unificarlos en el espacio y el tiempo, al presentar e informar los fantasmas de la percepción desde formas simples, iluminándolas desde las verda­ des innatas, realiza un ejercicio de intencionalidad del conocimiento protagonista del sujeto. La limitación de las cualidades primarias de los objetos captados mediante la percepción no justificarían por sí el conocimiento y los juicios sobre los mismos; de modo que el enten­ dimiento difícilmente podría formular conocimiento sobre ellos, ni determinar su sentido, sino fuera por la intencionalidad de la mente mediante la memoria, desde la fusión entre las cualidades recibidas propia de dichos objetos y la forma mental de la conciencia, en la unión de unos fenómenos sentidos y de unos contenidos a priori , unas formas sensibles. Pero a diferencia de la epistemología formal kantiana, el innatismo de las formas no reducido a un formalismo, sino en acto como imagen de Dios, no da como resultado un feno- menismo que deje escapar el contenido sustancial de los objetos -su noúmeno-. Esto es lo que permite captar la esencia de las cosas, su en sí , como significado: el hombre conoce, así, en y por (<quidditas y signficatio ), a partir de los fenómenos en sus formas generales, como penetrando en lo universal de su materialidad, y no desprovis­ to de la misma, sin romper la dicotomía de una filosofía natural que terminará exaltando la diferencia entre materialidad y formalidad de las realidades. La memoria conoce intencionadamente armando des­ de la formalidad de los datos sensibles en el significado, atrapando la sustantividad significativa y quiditativa de lo fenoménico. Y ello es posible desde la naturaleza antropológica definida en su memoria, no como conciencia o sustancia cartesiana, sino como imagen y se­ mejanza de Dios, es decir, como posibilidad primera y metafísica de generalización. La mente, desde la memoria, garantiza la universali­ dad y generalidad necesarias en el conocimiento que la contingencia de la realidad creada no puede fundar, a no ser que fuera desde una formación abstracta. Lo que supondría, en el fondo, un proceso NAT. GRACIA LVII 3/septiembre-diciembre, 2010, 499-534, ISSN: 0470-3790 529

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