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EL CORDERO SOBRE EL MONTE SIÓN (AP 14, 1-5) como voz celeste, con la fuerza y el poder de las teofanías divinas, descritas en el Antiguo Testamento y continuadas en el Nuevo. Otras veces, la voz, es decir, la Palabra divina, es como voz de muchas aguas, otras posee tonalidades de pánico, porque es como un gran trueno. Quinto, esa voz celeste es a nuestro parecer la Pala­ bra de Dios, como ya hemos indicado. Dicha Palabra tiene tonali­ dades musicales, porque es como aquella que ejecutan los citaristas al tocar sus cítaras. Esa música instrumental que conlleva la Palabra da la entrada a la interpretación de voces, porque la Iglesia canta e interpreta la sinfonía de Dios, ante la presencia de la divinidad y sus acompañantes. Sexta , la alegría de la Iglesia es desbordante siempre, porque anuncia, celebra y es testigo del Señor Resucitado, prefigurado en el Cordero de pie, sobre el monte Sión. La Iglesia interpreta siempre, con la armonía propia de los consagrados, el misterioso cántico nuevo. 3. La Iglesia, configurada por los ciento cuarenta y cuatro mil, está acompañada de Cristo-Cordero. Ellos pertenecen por entero a Dios. El culto que tributan a Dios se comprende desde la sinceridad de toda su existencia. Todos ellos, es decir, los ciento cuarenta y cuatro mil, la Iglesia, manifiestan los valores de Cristo, contempla­ dos desde una coherencia radical. Por ello, la Iglesia sigue al Cor­ dero, Ella se constituye en encuentro con su Señor, y por lo tanto, sus seguidores desean vivir su camino, unos, desde la virginidad, como oblación de su propia vida, otros desde el seguimiento a su Señor. Ellos siguen a su Señor donde Él vaya y los conduce como Pastor y guardián de sus propias vidas. El seguimiento es radical, porque se convierten en realizadores de un empeño dinámico, aquel del apostolado activo. Toda la Iglesia participa de la resurrec­ ción de Cristo, tanto en el plano personal como social. Esta radica- lidad de los seguidores que forman la Iglesia, no tiene parangón, porque los fieles son rescatados por el mismo Cordero. El rescate es uno de los aspectos cristológicos más enraizados en el primitivo cristianismo. Los cristianos se consideraban com­ prados por la sangre redentora de Cristo. Al resucitar Cristo, los insertaba en una vida nueva, donde gozaban de la fuerza de la vida plena, transferida por Cristo y se constituían primicias, tanto para NAT. GRACIA LVII 3/septiembre-diciembre, 2010, 443-498, ISSN: 0470-3790 497

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