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VIDA CRISTIANA Y EXISTENCIA ESCATOLÒGICA e) La “gloria” reflejada en la eucaristía La gloria (= doxa, en griego, y k a b o d e n hebreo) es lo más divino de Dios. ¿Cómo puede ser vista por el hombre? El antiguo pueblo de Dios, y particularmente Moisés, su fundador, desearon ver la gloria d e Dios. Al “jefe” le fue concedido, pero sólo pudo ver a Yahvé “de espaldas” (Ex 33, 20-22), es decir, se le otorgó una visión indirecta, imperfecta y transitoria. La g loria d e Dios se h alla con cen trada en la eu caristía : Cristo es el revelador y la revelación de la gloria. Esto significa que Dios mismo se ha transparentado en él, se ha reflejado, ha manifestado su luz en el corazón de los creyentes. De ahí que haya hecho posible el conocimiento de la gloria. En Jesús se ha hecho visi­ ble la gloria plena de la g r a c ia y la v erdad (Jn 1,14b). La contemplación de la gloria com o en un espejo (2Co 3 ,18 ) acen­ túa que la visión es objetiva y verdadera, no “velada, oscura e inadecua­ da”, como la que tuvieron Moisés y los israelitas. Esta gloria la vemos a ca r a descubierta , es decir, tenemos una visión perfecta de la misma, la que nos proporciona la fe (2Co 3,18). Además, esta gloria es transfor­ mante, gracias a l p o d e r del Espíritu concentrado en ella: uTodos noso­ tros, a ca ra descubierta, contemplamos la gloria del Señor com o en un espejo y unos transformamos en la misma imagen d e gloria en gloria" a m edida qu e obra en nosotros el Espíritu del Señor ” (2Co 3,18). 3. Reconstrucción d e la Cena a) La proximidad de la celebración de la Cena al tiempo de su institución es tan grande que no ha transcurrido el tiempo requerido para invenciones por parte de la comunidad. Por otra p a r ­ te, , esta misma proximidad hubiese provocado la reacción en contra de la misma por parte de los testigos inmediatos. Y, sobre todo, no podía traicionarse una experiencia vivida con tanta intensidad. En la eucaristía vivía la comunidad la presencia real y permanente de Cristo, el Señor muerto y resucitado al que veían, con los ojos de la fe, como el anfitrión que invitaba y como el don-comida de la invitación misma. Lo que llama­ mos “especies sacramentales”, el pan y el vino, eran la referencia esencial del Invitante, del alimento que ofrecía y de los asistentes al banquete. NAT. GRACIA LVII 2/mayoagosto, 2010, 267-338, ISSN: 0470-3790 319

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